martes, 31 de julio de 2018

A la deriva

En el siglo dieciocho, un viejo barco de guerra astillado y completamente pintado de negro, recordaba aquel tiempo pasado de gloria marina. Ahora en un estado de bastante deterioro, su aire lúgubre influía en el ánimo de los marineros que componían su dotación. Había partido de un puerto español hacía ya bastante tiempo y estaba navegando cerca de la Tierra del Fuego.
Aquella noche, el capitán vestía un uniforme azul con botones y su cara que tenía un aspecto siniestro, estaba cubierta por una amplia barba descuidada que cubría su boca desforme. Por encima del cuello alto y tieso de su chaqueta, sobresalía la ancha papada. Su insidiosa mirada ahora estaba cansada y al sacarse la gorra, el cabello en otro tiempo abundante y desgreñado, estaba completamente blanco, rodeado de una incipiente calva.
En sus primeros pasos como marino había tenido un accidente y al encallar el barco en el Ecuador, la tripulación fue perseguida por los aborígenes y herido en el rostro debió huir a la selva. Fue el único sobreviviente, alimentándose para subsistir de cualquier insecto o animal que pudo disponer. Cuando fue rescatado, como su imagen macabra parecía la de un vampiro, algunos amigos comentaban risueñamente, que en esa odisea seguramente se habría alimentado de la sangre humana de algún compañero.
Por su valentía, la corona española le había confiado la capitanía de ese barco pintado de negro, desde el mismo momento que fue botado al agua. Después de mucho tiempo de andanzas y de terribles batallas navales, seguía todavía allí, aferrado en ese mismo destino. Esa noche con algunas copas demás y envuelto en la nostalgia de los tiempos pasados, con una especie de obstinación, el capitán se negaba a quitarse el uniforme y se recostó somnoliento sobre la cama de su camarote.
Cuando se despertó en la madrugada, un frío glacial lo sobresaltó de su incipiente sueño. Inmerso en una sensación que no podía explicar, no sabía si había tenido un dormir o un despertar verdaderos. Se abrigó rápidamente y cuando subió al puente del barco, el amanecer se presentaba cubierto de nubes oscuras muy amenazadoras, que presagiaban el inminente comienzo de una gran tormenta.
A lo lejos y en el mismo rumbo, una figura blanquecina le llamó inmediatamente su atención, porque se trataba de un inmenso banco flotante de hielo, que según sus estimaciones debería tener más de una milla de largo. De repente arreció el viento y debieron sufrir todo ese día el castigo de un intenso temporal, hasta que en plena noche y en forma imprevista, un impresionante choque hizo crujir al barco de tal forma, que la tripulación quedó paralizada de terror.
Cuando reaccionaron, lograron detectar en la oscuridad que la nave se había prácticamente incrustado en ese inmenso banco de hielo y que sólo por milagro el grueso casco había resistido el impacto desformándose considerablemente, pero sin haberse averiado. Al hacerse la luz del día y cuando revisaron más detenidamente el navío, verificaron que tenían una pequeña inclinación y estaban firmemente encallados a ese enorme témpano de hielo. Trataron de librarse de él por todos los medios disponibles, pero el casco se había introducido de tal manera en una hendidura del hielo, que era imposible separarlo.
El barco negro había quedado a la deriva y seguía el mismo derrotero de esa inmensa mole blanca, que era conducida por una helada corriente antártica. Pasaron los días y la situación era aún peor por la nieve que caía permanentemente. Durante ese tiempo habían bajado al mar varios botes, con el objeto de divisar durante la luz del día alguna embarcación que los ayudara, pero siempre habían regresado al oscurecer sin lograr su objetivo.
Poco a poco, los fue invadiendo un sentimiento de impotencia, porque tuvieron que admitir que era imposible liberarse de esa masa de hielo y que estaban a merced del azar de su derrotero. La insubordinación de la tripulación que se mantenía encubierta al principio, lentamente se había puesto ya de manifiesto. Sus cuerpos se movían secretamente y empezaron a hablar a hurtadillas, como parte de una melodía que fluía sorda en torno del capitán.
Llegó un momento que éste comprendió que su autoridad ya no existía, porque si pretendía imponer una reprimenda a alguno de ellos, seguramente sería desobedecido. Entonces, prudentemente decidió mostrarse callado e indiferente, mientras en su interior sufría un estado de abatimiento y depresión como jamás le había sucedido. Tenía dificultades para dormir y muchas veces se pasaba las noches en vela, soportando esos momentos de sufrimiento. 
Luego de unos días, la tripulación le comunicó que iba a abandonar el navío en los botes y mientras embarcaban víveres y agua, como un gesto de consideración lo invitaron a emprender el viaje con ellos. El capitán trató hasta el último momento de disuadirlos de ese absurdo proyecto, pero sus esfuerzos no sirvieron de nada. Les hizo la observación que la distancia que los separaba de la costa eran más de doscientos millas y que aún con un mar sereno y vientos suaves no podrían llegar nunca a ella, porque los víveres y particularmente el agua se consumirían rápidamente. Por otra parte, era muy difícil encontrar en estos lugares un barco que los auxilie, como ya lo habían constatado durante esos últimos días.
Buscaba con su experiencia encenderles a la tripulación la luz del discernimiento, pero ésta siempre era apagada, justo en el momento que debería convertirse en comprensión. Ante esta actitud, tomó la determinación de no embarcar con ellos en los botes. Él era el capitán y sólo muerto abandonaría el barco, por lo que se quedaría allí y su destino sería el mismo que la providencia le asignara a ese navío de guerra a la deriva, que tanto quería y que formaba parte de su vida. 
Finalmente las negras manos enguantadas de los marineros con movimientos conocedores y atentos, comenzaron a realizar la tarea en un mágico frenesí. Encerrado en su cabina escuchó todo el alboroto de la carga de los botes, hasta que la agitación cesó por completo, lo que indudablemente era la señal que indicaba que ya habían partido. Al salir a la cubierta fue tomado de sorpresa por el viento frío y trató de entrar en calor saltando y levantando las manos, mientras en un verdadero ataque de depresión no lograba dominar sus ideas. Todo se disolvía en la incertidumbre y trataba de reflexionar, mientras el corazón le latía intensamente.
Luego de un rato, observó impotente como los botes se alejaban pausadamente, arrastrado por los poderosos brazos de los marineros. Mientras tanto, el oleaje acariciaba los botes olvidando detrás de ellos una blanca estela, que se fue parsimoniosamente empequeñeciendo en el horizonte. Se encontraba solo y por su cuerpo recorrió un escalofrío. Se sentía débil, como si sus fuerzas lo hubiesen abandonado, como si su alma hubiese partido dejando un cuerpo moribundo. Entró nuevamente en la cabina rodeado por un mundo extraño de soledad, donde todo aquello permanentemente estaba danzando en su cerebro. 
Fue allí, cuando repentinamente sintió en el medio de su pecho un estremecimiento agudo, al escuchar que llamaban a la puerta de la cabina. Se incorporó de un salto. ―” ¿Quién podría ser?”, “¿No se había quedado solo?” ―, se preguntaba intrigado. Cuando abrió la puerta, vio la figura gorda y carismática del cocinero, quien lo saludó solemnemente y le dijo que lo seguiría sirviendo, indicándole que los marineros al partir les habían dejado alimento para veinte días. Sintió un gran alivio en el corazón al saber que no estaba completamente solo, con el barco a la deriva encallado en un bloque de hielo. Durante ese tiempo podría suceder que se acercara un buque que los auxilie, pensaba el capitán, albergando en el fondo de su alma alguna remota esperanza. 
Un rato después, había empezado a soplar un fuerte viento frío acompañado de una intensa nevada y subió a cubierta provisto de un catalejo para visualizar a la tripulación que acababa de partir. Prácticamente no podía distinguirlos en el mar enfurecido, donde los atestados botes casi no podían mantenerse a flote en una situación desesperante y consideró que salvo un milagro, era imposible que pudieran salvarse. Sonrió cuando por fin los divisó bajo el sol rojizo del crepúsculo y observó los movimientos del bote cuando se sumergía entre las olas. Paulatinamente, el cielo se fue oscureciendo, hasta que al adquirir el tono negro intenso de la noche, una por una fueron apareciendo las estrellas. 
De pronto, creyó percibir un cántico que se elevaba entre las olas y lo hizo parpadear de asombro. Era como un sonido monocorde, grave, emitido por muchas gargantas que alzaban al cielo sus voces despidiéndose de su capitán. La angustia lo embargó, mientras sentía la necesidad de clavar los ojos en ese mar bravío, buscando un punto en el infinito, en tanto las estrellas lo miraban y se inclinaban ante él.
Había pasado casi un mes desde aquel día y no había vuelto a divisar nunca más a la tripulación. Se encontraban impotentes y sólo les quedaban alimentos para unos días más. El cocinero nunca hablaba, sólo murmuraba algunas frases sueltas al servirle ceremoniosamente las raciones de alimentos, que para él eran como si fueran una larga charla. De hecho, cuando lo servía, se quedaba mirándolo fijamente, para observar el efecto que provocaba en aquel tétrico rostro la comida que había preparado y el capitán, para complacerlo, asentía ceremoniosamente con la cabeza.
Ese día en la cubierta, el capitán estaba atisbando con los catalejos a un extraño pájaro, cuyo brillante plumaje azulado rivalizaba con el cielo del que había surgido y que los acompañaba en el trayecto. Repentinamente apareció ante sus ojos en el horizonte una figura blanca que creyó que era un témpano, y que al principio le pareció demasiado lejano y que no se desplazaba. Pero, poco a poco, esa imagen que había estado tan lejos estuvo cada vez más cerca y se fue convirtiendo en la imagen de un extraño buque blanco, que se veía a simple vista.
Lo contempló con atención y cerró involuntariamente los ojos para recapacitar y asegurarse de que su vista no lo había engañado. Entonces, llamó al cocinero y corrieron con determinación hacia el cañón que ya tenían preparado y lanzaron rápidamente una salva de advertencia al aire, para llamarles la atención. Pero el buque blanco pasó de largo indiferente a todo, deslizándose serena y silenciosamente sobre el mar y desapareció misteriosamente. ―” ¿Era posible que no los hubieran divisado?”, pensaba el capitán desesperado.
La conciencia del capitán estaba como perdida en la nada, impulsada por una fuerza que no llegaba a comprender y todo su ser estaba sumergido en una mezcla de paz y misterio. ―” ¿Acaso había visto el espejismo de un bloque de hielo?”­ “¿Acaso era un buque fantasma que deambulaba eternamente por el mar?” ―, se preguntaba completamente intrigado, Al cabo de varios días se les agotaron las provisiones y la angustia y el hambre los rodearon por completo.
Hasta que en una noche oscura llena de estrellas, luna y silencio, el sueño de la muerte se apoderó del ampuloso cocinero, que se había acurrucado en el piso de la cocina, mientras su vida se fue apagando entre las sombras. Al descubrirlo en esa misma noche, el capitán quedó estremecido en lo hondo de su espíritu. Buscó un desahogo y gritó con todas sus fuerzas, pero solamente oyó su propio grito, al que nadie respondió. ―” ¿Habría alguna salida a su situación?”, se preguntaba. La hipótesis que se imponía con más fuerza era que no, y esa situación desesperanzada ya lo estaba conduciendo lentamente a la locura.
No pudo moverlo de aquél sitio porque el cuerpo era muy pesado y el capitán estaba muy débil. Mientras las fuerzas lo abandonaban, su mente flotaba en la incoherencia y  el sueño trataba de cerrar sus párpados. Sabía por experiencia, que tarde o temprano su fin no tardaría en llegar, porque abandonado a su propia suerte, a bordo de ese barco negro que navegaba a la deriva, a impulsos del destino, estaba condenado a sucumbir de hambre.
Sin embargo, en esos momentos, la oscuridad de la noche era un gran alivio para su desasosiego, porque pensó no debía preocuparse en esconder su angustia de miradas y lástimas ajenas, pero antes de decidirse a hacer aquello, ya muy agotado, decidió ir a su camarote a descansar. Al despertar al otro día, puede decirse que el capitán no tuvo alternativa. Como ya lo había hecho cuando estuvo perdido en las selvas ecuatorianas durante su juventud, tomó su filoso cuchillo y frenéticamente fue descuartizando, despedazando y seccionando en pequeños trozos, algunas partes del adiposo cuerpo del cocinero.
En ese sosiego que irradiaba la soledad del barco, dejó caer por un momento la mirada en un espejo, como buscando encontrar en su tétrico rostro, la figura de un antropófago. Quizá vislumbrara en su rostro algún remordimiento, algo similar a la zozobra que estaba haciendo mella en lo más profundo de sus entrañas. Sin embargo, la imagen del espejo tan sólo le permitió distinguir los retazos miserables de su vida. Sin duda, por esa necesidad de alimento que le carcomía el estómago, pensó que al único delito que se enfrentaba era la de conseguir adelantar el reloj que ordenaba el tiempo de su subsistencia. La imagen de esos trozos ensangrentados del cuerpo descuartizado seguía pululando tras de él, en esa nada en la que irremediablemente se encontraba.
Poco a poco, los ojos de su cara fueron emitiendo un fulgor secreto, que le trasmitían la visión de esa roja carne enriquecida por la ansiedad del hambre. Hasta que finalmente, el apetito se hizo tormenta en su vientre y hundió sus dientes paladeando ese tierno alimento y su boca gustó embelezado el sabor de la sangre.
Luego de devorar hasta el último de los trozos que había cortado y ya satisfecho, pensaba que ese cuerpo se conservaría en ese ambiente frío y por lo menos le serviría de sustento de vida durante algún tiempo. Pero sólo fue un efímero lapso de prolongación de una penosa espera hacia aquel inevitable desenlace. La vida existió tras de él con la luz que alcanza a la sucesión de miserias, de temores, de las carencias vitales que arrastraba su cuerpo, cuando el reloj sombrío que medía indiferente esas horas tortuosas del capitán se paró para siempre.
Finalmente, en el agua helada la nave se inclinó en el horizonte, danzando con el mar en un trágico rito, hasta que sucumbió en los delgados pliegues de las olas mecidas por la luna. El mar ya no devolvería su presa y el viejo navío de guerra negro quedó atrapado con su macabro secreto en las profundidades de ese gélido y bravío mar, que como buscando purificar toda culpa, quedó cubierto con un manto piadoso de hielo para toda la eternidad. 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

Premiado XIII Concurso de Relatos de Viajes.

Incluido en el libro:Con el Correo del Zar.

Moleskin. España. Julio 2018.

jueves, 26 de julio de 2018

Muerte anunciada

Manejaba por una estrecha carretera asfaltada a lo largo de un solitario y extenso camino arbolado y sinuoso, que parecía dirigirse hacia los confines del mundo. Dentro del habitáculo del coche sonaba una música suave que escuchaba con deleite, en tanto su viejo perro cabeceaba rendido por el sopor cuando el  sol se ponía en el ocaso.
Su automóvil recorría los kilómetros con la tenacidad de una bestia hambrienta persiguiendo una invisible presa, inalcanzable y esquiva. La soledad reinante en el trayecto le había permitido disfrutar de un manejo tranquilo y distendido, ya que no había tenido que sobrepasar a otros vehículos. Pero ahora que se acercaba la noche sentía una leve inquietud. Lanzó una furtiva mirada hacia su perro que dormitaba ajeno al universo que lo rodeaba.
Había planificado el viaje con gran cuidado, teniendo en cuenta el más mínimo detalle, esperando así poder disfrutar de una agradable estadía en las montañas hacia la cual se dirigía. Era una asignatura que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, postergada de continuo por otros asuntos de mayor prioridad o urgencia.
De pronto, la música de la radio fue interrumpida por una urgente noticia comentando la fuga de un peligroso criminal, al que lo habían visto justamente en la zona boscosa donde circulaba con el coche. Cuando dieron el nombre del asesino una inminente oleada de pánico lo inundó, porque era la causa de que noche tras noche tuviera terribles pesadillas que invadían su mente.
Estaba seguro que ese psicópata había estado pensando en la forma más cruel de matarlo desde que entró en la cárcel, ya que desgraciadamente había sido él, quién lo denunció e hizo que lo detuvieran. Aún recuerda esa terrible mirada provista de odio y de sus ojos maquiavélicos prometiendo venganza. No le dijo nada, pero aquella mirada fue suficiente para darle a entender que tarde o temprano saldría de la cárcel como fuera y lo buscaría para asesinarlo.
De pronto, observó que el camino estaba interceptado por unas ramas caídas de un inmenso árbol. Se puso pálido, porque debió  parar el coche rápidamente y debería salir necesariamente del vehículo para ver si podía retirarlas. Esa parada despertó a su perro, el que somnoliento emitió unos gruñidos de protesta. Trató de tranquilizarlo un poco, y después de cerrar  las ventanillas de las puertas del coche para que no se escape, se dirigió hacia las ramas, a las que fue corriendo lentamente con cierta dificultad.
El pensar que el protagonista de sus peores pesadillas estuviera libre y que muy probablemente habría averiguado de su viaje, le causaba un gran terror. Finalmente intentó olvidarlo y cuando logró apartar las últimas ramas del camino se sintió algo mejor al volver hacia el coche. Pero cuando llegó comprobó que su perro que había encerrado dentro del mismo había desaparecido. Desconcertado y aturdido, escudriñó los alrededores buscándolo, pero no logró verlo. Aunque ya en la noche había aparecido la luna llena, la gran vegetación del lugar no le permitía verificar visualmente los alrededores.
Entonces comenzó a sentir esa particular y ominosa sensación paralizante que produce el miedo a lo desconocido y un temor visceral lo fue invadiendo progresivamente. Desesperado, comenzó a llamar a su perro a los gritos, con la ilusoria esperanza de que apareciera, pero al cabo de un rato le dolía la garganta de tanto llamarlo sin éxito alguno.
La situación era enloquecedora. El tiempo transcurría y su mente se negaba a asimilar que su perro se había esfumado del coche tan misteriosamente y sin que él se hubiera dado cuenta, enfrascado en el corrimiento de las ramas. La angustia lo llenaba de un miedo irracional que amenazaba su cordura, mientras caminaba de un lado a otro del coche como un animal enjaulado. En una de las tantas idas y venidas, vio un destello en el suelo y se abalanzó sobre el objeto con ansiedad. Era la pulsera de identificación de su perro que brillaba al borde del camino de asfalto reflejada por la luz de la luna.
La tomó y la sostuvo entre sus dedos, contemplándola una y otra vez, como hipnotizado por la incredulidad. Lo que tenía en la mano era la evidencia que verificaba que hacía tan solo unos instantes el animal había estado allí. Temblando de miedo, tomó la linterna de la guantera y comenzó a internarse entre los árboles del bosque con la pulsera en la mano. Caminaba como un autómata invocando cada tanto el nombre de su perro. Todo a su alrededor se volvía borroso e irreal, cuando de pronto, en un corto sendero del bosque vio lo que parecía un reguero de sangre.
Le apuntó con la linterna y cuando divisó al final del mismo una forma redonda y oscura, su linterna se apagó, quedando sumido en la oscuridad de la noche  sólo iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba entre los árboles. Estaba aterrorizado, y cuando a tientas llegó al lugar, casi sin quererlo pisó en el suelo a su perro degollado. Comprendió que era una señal, y al divisar entre los árboles la sombra de un hombre con un cuchillo que brillaba en su mano, sabía con certeza que era el anuncio de que iba a morir de una forma horrible antes de llegar a su vehículo. 












Seleccionado VII Convocatoria de relatos de terror.
Publicado en Revista literaria Nº 8.
La Sirena Varada . México. Junio 2018.

viernes, 13 de julio de 2018

Mi héroe cotidiano

En estos cuatro largos años
mi héroe me obsequió la vida,
y compartió recuerdos de amor
confiándome todas sus penas.

¡Cuantas cosas he aprendido de él!
Hicimos fuego para subsistir,
logramos agua dulce y alimento
y una cueva para protegernos.

Aprendí que del valor de las cosas
sólo es importante su utilidad,
y que a veces puede llegar la muerte
no con la vejez, sino con el olvido.

Dios mío, si yo consiguiese hablar
no podría dejar de agradecerle,
pero de mucho no me ha de servir
perdido ahora en este mar bravío.

Mi querido héroe cotidiano
siempre me recordará como Wilson,
aunque sé que para el resto del mundo
no seré más que una  pelota de volley.











Finalista II Concurso de poesías: 
Héroes cotidianos.
Incluido en el libro: Héroes.
Tu Concurso Literario. España. Julio 2018.

Imaginando superhéroes

Era un escritor solitario y taciturno, que luego del cierre del negocio donde trabajaba como vendedor, se quedaba en las noches redactando sus relatos, aprovechando la disponibilidad de la computadora con su vínculo a Internet. Si bien en la vida era un pusilánime, su ego interior lo llevaba siempre a incluir en sus cuentos el papel protagónico de un superhéroe. Era un personaje que acudía en ayuda de los más débiles y necesitados y encaraba una lucha feroz, impregnada de sangre, contra la injusticia y el sometimiento.
Como ya había participado en numerosos concursos literarios sin haber obtenido éxito alguno, estaba bastante deprimido. Esa noche, en un certamen de relatos cuyo tema era “el dinosaurio”, su angustia era aún mayor. La hora límite de admisión de los trabajos era a la medianoche y por más que daba vueltas y vueltas en su mente, no lograba imaginar ningún superhéroe.
Hasta que luego de una dura porfía, logró concebir un superhéroe extraordinario que lo llenó de alegría y emoción. Al enviar su relato por mail pensó que seguramente ganaría por fin un concurso literario en su vida de escritor. Sin embargo, su trabajo no fue considerado entre los premiados o seleccionados del certamen. 
Entonces, muy ofuscado, les envió una carta de protesta a los miembros del Jurado, indicándoles que deberían haber considerado con más sensibilidad humana su obra, dado que gracias a “Kid Meteorito” que era el superhéroe de su historia que extinguió a los dinosaurios, todos los mamíferos estábamos vivos.











Finalista II Concurso de cuentos breves:
Héroes cotidanos.
Incluido en el libro: Héroes.
Tu Concurso Literario. España. Julio 2018.

jueves, 12 de julio de 2018

La luna y el poeta

Nace la luna
y consuela al poeta
del triste ocaso.

Se acercan nubes
y la luna se esconde
de las miradas.

Igual la luna
apasiona al poeta
entre las nubes.











Finalista II Concurso de Haikus:Al claro de luna.
Incluido en el libro: Bajo la luz de la luna.
Mundo Escritura. España. Julio 2018.

El cielo y su luz

El cielo con su luz,
iluminó de amor
nuestros corazones.
Cuando el cielo fue noche,
bajo un claro de luna.
nacieron las pasiones.
Y cuando el cielo fue día,
un dulce rayo de sol 
inundó la cuna de vida.










Finalista II Concurso de Minipoesías: Al claro de luna.
Incluido en el libro: Bajo la luz de la luna.
Mundo Escritura. España. Julio 2018.

lunes, 9 de julio de 2018

Mundo moderno

Mientras conducía su auto sport hacia su mansión en en barrio cerrado donde vivía, el empresario seguía pensando en la hermosa dama que había conocido en un boliche bailable unas semanas atrás. Luego de entrar, extrajo nerviosamente de su bolsillo el celular para ver si tenía respuesta al mensaje que le había enviado a ella, después de conocer la confirmación en un video de la prueba del zapatito efectuada en el asentamiento por sus empleados. Allí encontró la contestación de la cenicienta que le decía por wattsapp: “Ok, acepto ser su pareja”.










Finalista IV Certamen de microrrelatos: Tiempo Nuevo.
Incluido en el libro: Momentos.
Letras como Espada. España. Julio 2018.

Tiempos modernos

En estos tiempos modernos
se lo destruye al planeta,
y al hábitat de la vida 
contaminando agua y aire.

Van a convertir la tierra
a este permanente ritmo,
en una grandiosa roca
girando sin vida y alma.
 
En estos tiempos actuales
debemos tomar conciencia,
que el hogar donde vivimos
es el mundo que habitamos.

Dios mío, danos ayuda
a cada uno de nosotros,
y a los que vendrán mañana.
¡Si aún existe un mañana!











Finalista IV Certamen de poesía: Tiempo Nuevo.
Incluido en el libro: Momentos.
Letras como Espada. España. Julio 2018.

domingo, 1 de julio de 2018

Viejo amigo del ocaso

Aquel verano el anciano poeta estaba sentado en un banco del parque en una calurosa tarde que ya estaba llegando a su fin con el advenimiento del ocaso, mientras observaba como el sol iba perdiendo su brillo ocultándose tras unos árboles, envuelto en el cielo por un majestuoso manto dorado. Este hecho fue notado por los niños que jugaban en el parque, porque era la señal inequívoca de la inminente vuelta a casa.
Los rostros de los chicos reflejaban tristeza mientras le suplicaban a sus madres permiso para quedarse un rato más. Ante la negativa de éstas, lanzaron una última mirada al sol reprochándole su huida, ansiando disfrutar de sus juegos durante una tarde eterna, pero sabían que nadie podría detener en esa tarde de verano la marcha del tiempo, ni impedir la llegada del ocaso.
Al verlos, el anciano poeta esbozó una sonrisa, pensando en que era contradictorio que esos niños detestaran tanto la llegada del ocaso, en tanto él se sentía feliz admirando el bello espectáculo de la caída de aquel sol agonizante en el firmamento. Mientras los árboles eran mecidos suavemente por una cálida brisa, las madres se llevaron a los niños de regreso, cubriéndose con un manto de silencio los ecos del bullicio que había en el parque hacía sólo unos instantes.
Cuando rápidamente emergió la luna en la incipiente oscuridad de la noche y se encendieron las farolas, comenzaron algunas jóvenes parejas a sentarse en los bancos cercanos. Entonces, el anciano se alejó caminando lentamente con su bastón, pensando retornar a la tarde siguiente para volver a disfrutar de aquel maravilloso espectáculo que tanto subyugaba su alma de poeta. Era su única distracción en la soledad de su vida, antiguamente poblada de familiares y amigos, pero hoy tan sólo habitadas por recuerdos lejanos.
Mientras se retiraba del parque en ese caluroso anochecer de verano, el anciano pensaba que ya en su juventud esos chicos se reconciliarían con el ocaso, y que cuando llegaran a la vejez como él, le extenderían amablemente la mano, como si se tratase de un viejo amigo.








Seleccionado concurso literario.
Incluido en el libro: Aquel Verano.
Letras con Arte . España. Junio 2018.