En su niñez, el
corso estaba justo frente a la puerta de su casa y cuando
se realizaban los concursos de disfraces con la elección de la reina
y las princesas, ella soñaba que algún día tendría uno de esos
hermosos vestidos y sería elegida como la soberana del corso. Pero
a ella nunca la habían disfrazado y estaba perdidamente enamorada
de un chico compañero de la escuela, que siempre la había mirado
indiferentemente y la trataba como si fuera un amiguito más.
En el día de carnaval, tenía el
sueño de convertirse en una adolescente y entonces, a escondidas de
su madre, se pintó la boca con lápiz labial y se pasó maquillaje
de color por las mejillas. La ansiedad le carcomía el alma y cuando
comprendió que era el momento, se desvistió y salió al corso, con
sólo el antifaz. Corrió desnuda y bailó por la vereda, al
principio perpleja y atónita, entre las serpentinas, papel picado y
los gritos del corso. La alegría de la gente la sorprendió y
comenzó a sentir que la invadía el júbilo inmenso de la fiesta del
carnaval, aunque tenía una ansiedad secreta en el fondo de su alma.
Y después de un
rato ocurrió lo que deseaba. El compañero de escuela que para ella
era un caballero
apuesto y esbelto, se le paró enfrente completamente sorprendido y
al reconocerla, con una mezcla de broma, picardía y sensualidad le
llenó el pelo de papel picado y por un momento permanecieron quietos
mirándose, sonriendo y sin hablar. Fue
en ese preciso instante que ella, una niña de sólo once años, en
medio de los gritos desesperados de su madre, salió arrastrada del
corso y fue encerrada en su casa en penitencia durante el resto de la
noche. Pero eso a ella poco le importaba, porque tenía una felicidad
inmensa en el fondo de su alma. Había sentido por primera vez en su
vida, que tras esa máscara, su príncipe azul la había reconocido
como mujer.
Seleccionado
II Concurso Microrrelatos.
Tema:
el Amor y sus máscaras
Ediciones
Liceus. Madrid. España. Febrero 2016.