Está bien, sírvase un mate señor
periodista que le cuento la historia de mi vida en este asentamiento.
Que quiere que le diga, los medios deberían saber que en mi pueblo
del interior de la Argentina, como en los de los países limítrofes
hay mucha miseria y la gente en algún lado tiene que vivir. Después
de todo, el puntero político nos dijo que no hacía mucha falta este
terreno en Buenos Aires. Por eso lo ocupamos y con unos mangos que
tenía ahorrado conseguí que me dieran este terrenito.
Y en cuanto a mi familia ya vio como
es la vida, mi hija que tenía entonces quince años, se puso de
novio con un paraguayo que trabajaba en la Municipalidad y traía el
agua en un camión. Parecía un buen muchacho, tenía unos
veinticinco años y venía casi todos los días a casa. Pero el
desgraciado luego se metió a distribuir paco en el asentamiento, la
dejó embarazada y se borró para siempre. De un día para otro no
vino más, porque aparentemente tuvo una diferencia con un mafioso de
la banda rival. Algunos me dijeron que huyó al Paraguay y otros que
lo mató un sicario.
Le cuento que ahora tengo dos nietos,
ése que le dije y otro más que son de un pibe de mi mismo pueblo,
de la barra brava de Boca, al que conocí en el barrio y que después
se juntó con mi hija. Y así fue como nos fuimos amontonando en la
casa hasta que nos fue quedando chica.
Un día le dije a mi mujer
que iba a ampliar la casa construyendo dos habitaciones más. El pibe
me ayudó y con algunas maderas y chapas que afanamos por ahí, en
menos de un mes ya nos mudamos con mi mujer para esta parte nueva. Y
los dejamos a ellos con los chicos en la parte vieja. Así estamos
todos más cómodos. Por suerte ellos con el subsidio que le dan y
alguna changuita que él hace por allí, se la rebuscan bastante
bien.
Yo antes trabajaba, salía con el
carrito a buscar cartones, fierros, vidrios o lo que fuera. Ahora no
puedo, por la artrosis, ¿vio? Apenas puedo caminar hasta el almacén
a buscar un vino o algo que me haga falta. Menos mal que mi mujer
sigue fuerte y tiene trabajo en el lujoso barrio residencial que han
hecho del otro lado de la autopista. Ella limpia en algunas de esas
casas y con eso vamos tirando.
Yo… ya no puedo ¿vio?… Aunque que
quiere que le diga, de vez en cuando me sacrifico y colaboro
participando en algún piquete o lo acompaño al pibe a hacer algunos
líos en las canchas, total si en una de esas te lleva la cana al
otro día te larga el Juez.
Ahora que me acuerdo, le cuento que
ayer soñé con Discepolín.
Sí, el mismísimo Dicepolín estaba allí en la ventana, con la ñata
contra el vidrio y al verme me dijo que la vida en este asentamiento
fue y será una porquería y que en este siglo veintiuno todo es igual, un cambalache donde en la vidriera siguen estando juntos la Biblia y el
calefón. Entonces, al contestarle que yo ya lo sabía, me aconsejó sonriendo que igual trate de
permanecer en él como pueda, porque allá en el horno iba a estar
peor.
Bueno hasta acá llegamos señor
periodista, creo que ya le dije bastante por esos mangos que me
dio por contarle la historia de mi vida para su diario. Ah... y en el reportaje ponga la foto de Dicepolín, porque es mi ídolo ¿Sabe?
Homenaje a Enrique Santos Discépolo.