jueves, 26 de julio de 2018

Muerte anunciada

Manejaba por una estrecha carretera asfaltada a lo largo de un solitario y extenso camino arbolado y sinuoso, que parecía dirigirse hacia los confines del mundo. Dentro del habitáculo del coche sonaba una música suave que escuchaba con deleite, en tanto su viejo perro cabeceaba rendido por el sopor cuando el  sol se ponía en el ocaso.
Su automóvil recorría los kilómetros con la tenacidad de una bestia hambrienta persiguiendo una invisible presa, inalcanzable y esquiva. La soledad reinante en el trayecto le había permitido disfrutar de un manejo tranquilo y distendido, ya que no había tenido que sobrepasar a otros vehículos. Pero ahora que se acercaba la noche sentía una leve inquietud. Lanzó una furtiva mirada hacia su perro que dormitaba ajeno al universo que lo rodeaba.
Había planificado el viaje con gran cuidado, teniendo en cuenta el más mínimo detalle, esperando así poder disfrutar de una agradable estadía en las montañas hacia la cual se dirigía. Era una asignatura que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, postergada de continuo por otros asuntos de mayor prioridad o urgencia.
De pronto, la música de la radio fue interrumpida por una urgente noticia comentando la fuga de un peligroso criminal, al que lo habían visto justamente en la zona boscosa donde circulaba con el coche. Cuando dieron el nombre del asesino una inminente oleada de pánico lo inundó, porque era la causa de que noche tras noche tuviera terribles pesadillas que invadían su mente.
Estaba seguro que ese psicópata había estado pensando en la forma más cruel de matarlo desde que entró en la cárcel, ya que desgraciadamente había sido él, quién lo denunció e hizo que lo detuvieran. Aún recuerda esa terrible mirada provista de odio y de sus ojos maquiavélicos prometiendo venganza. No le dijo nada, pero aquella mirada fue suficiente para darle a entender que tarde o temprano saldría de la cárcel como fuera y lo buscaría para asesinarlo.
De pronto, observó que el camino estaba interceptado por unas ramas caídas de un inmenso árbol. Se puso pálido, porque debió  parar el coche rápidamente y debería salir necesariamente del vehículo para ver si podía retirarlas. Esa parada despertó a su perro, el que somnoliento emitió unos gruñidos de protesta. Trató de tranquilizarlo un poco, y después de cerrar  las ventanillas de las puertas del coche para que no se escape, se dirigió hacia las ramas, a las que fue corriendo lentamente con cierta dificultad.
El pensar que el protagonista de sus peores pesadillas estuviera libre y que muy probablemente habría averiguado de su viaje, le causaba un gran terror. Finalmente intentó olvidarlo y cuando logró apartar las últimas ramas del camino se sintió algo mejor al volver hacia el coche. Pero cuando llegó comprobó que su perro que había encerrado dentro del mismo había desaparecido. Desconcertado y aturdido, escudriñó los alrededores buscándolo, pero no logró verlo. Aunque ya en la noche había aparecido la luna llena, la gran vegetación del lugar no le permitía verificar visualmente los alrededores.
Entonces comenzó a sentir esa particular y ominosa sensación paralizante que produce el miedo a lo desconocido y un temor visceral lo fue invadiendo progresivamente. Desesperado, comenzó a llamar a su perro a los gritos, con la ilusoria esperanza de que apareciera, pero al cabo de un rato le dolía la garganta de tanto llamarlo sin éxito alguno.
La situación era enloquecedora. El tiempo transcurría y su mente se negaba a asimilar que su perro se había esfumado del coche tan misteriosamente y sin que él se hubiera dado cuenta, enfrascado en el corrimiento de las ramas. La angustia lo llenaba de un miedo irracional que amenazaba su cordura, mientras caminaba de un lado a otro del coche como un animal enjaulado. En una de las tantas idas y venidas, vio un destello en el suelo y se abalanzó sobre el objeto con ansiedad. Era la pulsera de identificación de su perro que brillaba al borde del camino de asfalto reflejada por la luz de la luna.
La tomó y la sostuvo entre sus dedos, contemplándola una y otra vez, como hipnotizado por la incredulidad. Lo que tenía en la mano era la evidencia que verificaba que hacía tan solo unos instantes el animal había estado allí. Temblando de miedo, tomó la linterna de la guantera y comenzó a internarse entre los árboles del bosque con la pulsera en la mano. Caminaba como un autómata invocando cada tanto el nombre de su perro. Todo a su alrededor se volvía borroso e irreal, cuando de pronto, en un corto sendero del bosque vio lo que parecía un reguero de sangre.
Le apuntó con la linterna y cuando divisó al final del mismo una forma redonda y oscura, su linterna se apagó, quedando sumido en la oscuridad de la noche  sólo iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba entre los árboles. Estaba aterrorizado, y cuando a tientas llegó al lugar, casi sin quererlo pisó en el suelo a su perro degollado. Comprendió que era una señal, y al divisar entre los árboles la sombra de un hombre con un cuchillo que brillaba en su mano, sabía con certeza que era el anuncio de que iba a morir de una forma horrible antes de llegar a su vehículo. 












Seleccionado VII Convocatoria de relatos de terror.
Publicado en Revista literaria Nº 8.
La Sirena Varada . México. Junio 2018.

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