Sin lugar a dudas, yo era el
periodista de investigación más popular de la televisión. Mi
trabajo consistía en revelar hechos de corruptela, mediante cámaras
ocultas, artificios o engaños, de modo de lograr los testimonios más
inverosímiles y complejos de la realidad. De esa manera, permitía a
mi ávida audiencia, gozar en vivo y en directo, viendo como pisaban
el palito los culpables.
¿Eran todos culpables
realmente? Para mí, lo único que me importaba, era que la nota
periodística fuese interesante, como para atrapar al espectador y
mantener los altos ratings de audiencia. Por ello, cuando muchas
veces no tenía a mano un tema acorde con las circunstancias, lo
condimentaba de modo de hacer que fuera lo más atrayente posible.
Era una forma de satisfacer a través de los medios de comunicación,
esa innata avidez de justicia popular, que siempre me reclamaba mi
gran público.
Aquella semana lo único que
había ocurrido, era el suicidio de una anciana en un departamento de
la ciudad. Luego de planificar con mucha paciencia todo el escenario
de la investigación periodística, localicé al vecino del
departamento del contrafrente, que me pareció la persona ideal y
concerté con él una entrevista televisiva.
Me presenté en el domicilio
del vecino momentos antes de la transmisión, con mis operadores
cargados con las cámaras y todos los accesorios indispensables.
Ellos eran bastante expertos y en solo unos instantes, cambiaron los
muebles de sitio y convirtieron el living del departamento, en un
verdadero estudio de televisión.
— Bueno, tenemos cinco
minutos antes de salir al aire —,
le informé al entrevistado sonriéndole amablemente.
— De acuerdo, pero le
advierto que apenas conocía a la anciana—,
me dijo el vecino.
— No se preocupe por ello,
¿Usted de que trabaja? —, le
pregunté.
— Soy empleado en una
armería.
— ¿Vive solo?
— Ahora sí, porque con mi
pareja nos separamos hace unos meses—,
me contestó.
Rápidamente un camarógrafo
se situó cerca de nosotros y con grandes letras apareció el título
del programa en la pantalla del televisor, escuchándose la cortina
musical. Comenzaba mi tarea periodística y miré a la cámara con
una sonrisa.
— Buenas noches queridos
amigos y bienvenidos al programa periodismo de investigación. Hoy
tratamos el caso de la anciana que vivía sola y que se suicidó en
su propia cocina, asfixiada por las llaves de gas abiertas. Nos
encontramos en el domicilio de su vecino del contrafrente, que es
distribuidor de armas y también vive solo, porque su pareja lo ha
abandonado hace unos meses.
El hombre me miró atónito,
pero no dijo nada. Entonces, con un estudiado movimiento, me dirigí
hacia él.
— Por favor, coméntenos
desde cuando conocía a su vecina.
— En realidad creo que
desde que me mudé a este piso, hace un par de años y la verdad es
que apenas había relación, yo...
— ¿Era una señora amable y
tranquila?, le dije interrumpiéndolo.
— Sí, sí, muy tranquila.
— ¿Cómo eran esas
relaciones?
— Bueno, eran normales, lo
usual entre vecinos...
— Sin embargo, algunos nos
han contado que en varias ocasiones hubo problemas…
— ¿Problemas?, ¿Qué clase
de problemas? —, me preguntó
el hombre sorprendido.
— Su vecina amaba el
silencio y muchos días no pudo dormir, debido al volumen de su
aparato de televisión. ¿Es cierto eso?
El vecino se quedó sin habla
unos segundos. Se veía claramente que trataba de recordar algo de lo
que yo le preguntaba, mientras la cámara lo enfocaba expectante en
primer plano.
— Sí, es cierto que tuvimos
unas palabras, un día que me dijo que bajase la televisión y...
— ¿No es verdad, le dije
cortándolo, que esa señora educada y amable, se vio obligada a ir a
su departamento a altas horas de la noche, para decirle que por favor
bajase el volumen de la televisión?
En ese momento el vecino
intentó decir algo, pero no le dí tiempo y volví a interrumpirlo,
con mi inquisidora voz de periodista experimentado.
— Veamos la versión de una
persona que vive en el mismo edificio, sobre lo ocurrido en uno de
aquellos días.
Luego de haber dicho esto,
ante mi indicación al operador, en el monitor apareció una vecina
regordeta, explicando con énfasis, que la pobre anciana no podía
dormir, por culpa del vecino del departamento de atrás. El
entrevistado, sin reflejos y falto de reacciones, estaba mudo.
— Por favor, le pregunté
luego, mirándolo fijamente.
— ¿Qué fue lo que ocurrió
con su vecina, cuatro días antes de su suicidio?
De nuevo el vecino quedó
paralizado, parecía que la pregunta retumbaba en su cerebro,
intentando recordar algún detalle, antes de que fuese demasiado
tarde.
Dado que no obtenía
respuestas, le hice una señal al operador y otra de sus vecinas, en
este caso la portera de la casa, muy orgullosa de aparecer en
televisión, efectuó su relato con lujo de detalles. Describió como
ese día el hombre reprendía, increpaba y hasta insultaba a la pobre
anciana, porque su traviesa gatita había hecho sus necesidades
delante de su puerta.
Después de
un calculado silencio, me volví nuevamente hacia él.
—
¿No sintió en aquellos momentos compasión, por una anciana cuya
única compañía era ese pequeño animalito, que ella cuidaba y
alimentaba?
— ¿No era consciente del
daño que le hacía con su actitud, por un hecho tan intrascendente?
El hombre fue incapaz de
contestar alguna palabra a aquellas preguntas. Todo el argumento
estaba especialmente armado para hacer ver a la audiencia, que el
origen del suicidio de la viejita, fue que se vio sumida en la
depresión, por ese vecino irrespetuoso y malvado.
— ¿Hubo en alguna otra
ocasión un enfrentamiento similar entre ustedes, alguna discusión,
algún problema, algún roce?
— No. Creo que... no.
Entonces, modifiqué mi
postura con un estudiado movimiento ante las cámaras.
— Yo querría preguntarle,
si con su madre habría actuado de una manera similar.
— Hace ya bastante tiempo
que no vivo con mis padres, me contestó el vecino con brusquedad.
— ¿Es que lo han
abandonado?
— No, no, viven lejos y
están separados.
Rápidamente me volví hacia
la cámara, ante cuya presencia me encontraba tan cómodo y toda mi
seducción fue dirigida especialmente a aquellos, que observando con
ansiedad, estaban dispuestos a creerlo todo. Allí decidí largar la
andanada final y ante mi señal, más vecinos desfilaron delante de
las cámaras. La mujer del primer piso B, algo desequilibrada, pero
que resultaba simpática a la audiencia y los hijos de los vecinos
del segundo A, que con la clásica inocencia infantil, repitieron
casi lo mismo que se les preguntó.
El secretario de la comuna,
emitió su opinión oficial y habló de la presunta falta de
solidaridad y reacción del vecino para avisar a la autoridad e
intervenir prestamente ante un hecho como el ocurrido. Hasta un
viejito que vivía frente de la portería, se unió a la ejecución
general y se puso de parte de la difunta. Mi objetivo periodístico,
era atribuir la responsabilidad del suceso al vecino y ya había
logrado inducir en la imaginación de la audiencia, que el hombre era
definitivamente malicioso y culpable.
Culpable por haber deprimido a
la viejita, al no dejarla dormir con el volumen de la televisión, de
haberle gritado por la gatita y de no pedirle luego perdón, por no
haberse percatado que era un ser humano como su madre. A todo ello,
se le sumaba la presunción de negligencia, por no haber llegado a
tiempo para cerrar el gas y llamado rápidamente a los bomberos o a
la policía para que la salven.
Poco a poco, el hombre se fue
hundiendo en el sillón y aplastado ante las cámaras, ya no sabía
lo que decía y era un juguete en mis manos. En esos momentos me
encontraba extasiado, imaginando a millones de personas ancianas con
lágrimas en los ojos, que miraban con indignación a ese depravado
distribuidor de armas, cuya mujer tuvo que escaparse de su
departamento. Hombres, mujeres y niños que se sentirían
horrorizados, ante ese perverso asesino de la viejita.
Por último, ya dueño por
completo de la situación, me dirigí increpando al vecino
— ¿Ha pensado usted que
puede ser acusado de inducción al suicidio?
— ¿Se ha dado cuenta que
puede terminar en la cárcel?
Observé como un escalofrío
recorrió el cuerpo del hombre, mientras las manos le temblaban y sus
ojos empezaron a parpadear nerviosos. No atinó a decir nada, bajó
su cabeza y la escondió entre sus manos, en tanto yo con sutileza,
guardaba un respetuoso silencio. Luego, rematé hábilmente la
entrevista.
— Bien señores
televidentes, que sirva este conmovedor testimonio de
arrepentimiento, para dar un toque de atención sobre la situación
de tantos ancianos, que a lo largo de todo el país viven solos y
abandonados por sus familiares. Las personas mayores muchas veces
necesitan de una palabra amiga o un trato amable para seguir
viviendo.
— Nada más, los dejamos con
estas reflexiones. La próxima semana un capítulo más de periodismo
de investigación y no falten a la cita. ¡Buenas noches queridos
amigos!
Una cortina musical cerró el
programa. Cabizbajo, el entrevistado se fue rápidamente al baño y
yo me levanté del sillón, sin poder contener la alegría que tenía.
— ¡Fantástico, ha quedado
genial!
— Seguro que hemos batido el
récord de audiencia, les dije a los camarógrafos.
— Quien lo iba a decir, con
un tema tan insulso y poco atractivo.
De pronto,
lo vi venir. El
vecino se acercaba hacia mí, enceguecido de rabia y con una pistola
en la mano.
— Aquí tienes el tema de la
próxima audición:
— ¡La escena de tu muerte!
—, me gritó mientras me
disparaba.
Ante la
sorpresa y la rapidez de la acción, fue imposible hacer nada, solo
atiné a decir entrecortadamente a mis impávidos camarógrafos.
— ¡La
cámara... conecten la cámara…!
Mientras me moría, pensaba
que sería un buen tema para el próximo programa, porque para mí,
el periodismo de investigación había sido siempre toda la pasión
de mi vida.
De pronto, cambió mi
existencia y se encontré en un lugar raro del universo, donde
parecía como si se hubiera producido una revolución en los astros.
Al principio no entendía nada, porque las estrellas brillaban más
de lo normal y la penumbra parecía día, cubierta por una especie de
niebla blanca y transparente. Era una nueva forma de ordenamiento
celestial, como si fuera la interrupción prematura de un proceso
ordenado o un obstáculo artificial levantado alrededor de la
realidad. Y fue bajo la luz espectral de la luna que todo teñía de
gris, cuando pude percibir unos agudos y extraños escalofríos
provocados por una brisa fría.
Repentinamente, esa brisa me
trajo unos murmullos, que al principio me parecieron demasiado
lejanos y que no se desplazaban. Pero poco a poco, lo que había
estado tan lejos estuvo cada vez más cerca y se fueron haciendo
voces, que me llamaban por mi nombre. Fue al volverme, cuando noté
que esas voces provenían de unos seres demoníacos, que se acercaban
rápidamente. Me asusté y busqué escapar, pero al intentar correr
caí y quise gritar pero no pude, sencillamente porque ya no podía
gritar.
En realidad no opuse ninguna
resistencia, porque de inmediato estuve vencido y solo me habían
quedado amargura y tristeza, mientras esos seres infestos me
trasladaban prestamente hacia ese otro mundo del más allá.
El crimen fue grabado en vivo
y en directo y de hecho, pude observarlo desde donde ahora se
encuentra mi alma, sufriendo un calor infernal.
La grabación de mi muerte fue el éxito más trascendente de
la televisión en los últimos años, incrementando los índices de
audiencia a límites nunca alcanzados en la historia de ese medio de
comunicación. Sin embargo, mi espíritu periodístico de
investigación no quedó del todo satisfecho, porque no pude
completar adecuadamente la nota, difundiendo los detalles de mi
traslado y actual estadía en el más allá.
Diploma
de honor XIII Concurso Literario.
Unión
de Pensionistas y Jubilados de España (UDP).
España. Madrid. Junio 2014.