miércoles, 28 de abril de 2021

Un extraño personaje

El escritor estaba parado sobre el alto puente peatonal destinado a cruzar el arroyo que circundaba a su pueblo. Era el escenario del nuevo cuento de terror que estaba escribiendo, donde el protagonista principal era un ser extraño que tenía poderes mágicos y un espíritu maligno. De pronto, quedó completamente sorprendido cuando observó el cuerpo destrozado de su personaje, que tal cual lo había imaginado en la ficción, se había caído accidentalmente desde ese puente y ahora lo miraba apaciblemente desde las aguas del arroyo.

Cerró involuntariamente los ojos para recapacitar, para asegurarse que su vista y su mente no lo habían engañado, porque quería preparar su espíritu a una contemplación más fría y serena. Al cabo de algunos instantes cuando miró de nuevo, era evidente que algo andaba mal, porque además, el personaje perverso de su obra literaria, tenía su propio rostro.

Estaba muy confundido mirando ese espectáculo, cuando repentinamente comenzó a percibir a su lado el murmullo del deslizamiento del agua del arroyo y un escalofrío, que se fue haciendo tan intenso, que lentamente iba enfriando la sangre de su cuerpo. Entonces, comenzó a sentir esa particular y ominosa sensación paralizante que produce el miedo a lo desconocido.

Fue allí cuando se despertó sobresaltado, completamente destapado y tiritando de frío, mientras la familiar imagen de su habitación, con la ventana abierta que dejaba pasar la luz del amanecer, cobró realidad ante sus ojos sobre esa cama de sábanas revueltas. Mientras lentamente la imagen del cuarto fue cobrando vida ante sus ojos, respiró honda y profundamente durante unos minutos, al comprender que todo aquello había sido sólo una pesadilla.

Pero había quedado exhausto y el realismo de ese sueño aún seguía perturbando su espíritu. Se cubrió con la sábana y permaneció un largo rato sentado en la cama, mientras lentamente empezó a retornar su mente al escenario de su vida actual, y su ritmo cardíaco comenzó a normalizarse.

Fue en ese momento, cuando pensó que debería aprovechar el misterioso realismo de ese sueño, para describir con más detalles la sensación de la muerte que debería tener su malvado personaje en ese horrible accidente, a fin de darle más realce a la conclusión de su cuento. Por ello, y luego de desayunar, el escritor salió de su casa resuelto a realizar una caminata para dirigirse hasta el puente peatonal por la hermosa senda arbolada que bordeaba al arroyo, como forma de ayudar a su imaginación en el propio escenario de su historia.

Cuando llegó, el paisaje era muy bello y se paró en el medio del puente para gozar de la contemplación del arroyo desde allá arriba. Sonriendo, se aferró firmemente con las manos en la baranda, tratando de imaginar a su personaje tirado en el arroyo, mientras percibía como provenía desde abajo un suave murmullo, provocado por el desplazamiento de las aguas. Pero al mirar desde esa altura, de pronto sintió un extraño vértigo que le provocó un desvanecimiento y su posterior caída desde el puente. Al recuperar el conocimiento, empezó a escuchar claramente a su lado el ruido del arroyo, que al principio, desde lo alto, le había parecido tan sólo un murmullo.

Y entre esas rumorosas aguas transparentes y heladas del arroyo, un temor visceral lo invadió repentinamente, cuando tuvo la absoluta certeza de que su tétrico personaje lo estaba reemplazando. Evidentemente el escritor ahora era el destinado a morir, y veía al protagonista de su obra que lo miraba desde lo alto del puente, sonriendo con su mismo rostro, mientras sentía como lentamente se iba enfriando la sangre en su cuerpo destrozado.

 



 

 


 

2º Premio. Concurso de Relatos de Terror.

La Noche de los Tiempos.

Blog El Círculo de Escritores. México. Enero 2015.


martes, 27 de abril de 2021

Periodismo de investigación

Sin lugar a dudas, yo era el periodista de investigación más popular de la televisión. Mi trabajo consistía en revelar hechos de corruptela, mediante cámaras ocultas, artificios o engaños, de modo de lograr los testimonios más inverosímiles y complejos de la realidad. De esa manera, permitía a mi ávida audiencia, gozar en vivo y en directo, viendo como pisaban el palito los culpables.

¿Eran todos culpables realmente? Para mí, lo único que me importaba, era que la nota periodística fuese interesante, como para atrapar al espectador y mantener los altos ratings de audiencia. Por ello, cuando muchas veces no tenía a mano un tema acorde con las circunstancias, lo condimentaba de modo de hacer que fuera lo más atrayente posible. Era una forma de satisfacer a través de los medios de comunicación, esa innata avidez de justicia popular, que siempre me reclamaba mi gran público.

Aquella semana lo único que había ocurrido, era el suicidio de una anciana en un departamento de la ciudad. Luego de planificar con mucha paciencia todo el escenario de la investigación periodística, localicé al vecino del departamento del contrafrente, que me pareció la persona ideal y concerté con él una entrevista televisiva.

Me presenté en el domicilio del vecino momentos antes de la transmisión, con mis operadores cargados con las cámaras y todos los accesorios indispensables. Ellos eran bastante expertos y en solo unos instantes, cambiaron los muebles de sitio y convirtieron el living del departamento, en un verdadero estudio de televisión.

— Bueno, tenemos cinco minutos antes de salir al aire —, le informé al entrevistado sonriéndole amablemente.

— De acuerdo, pero le advierto que apenas conocía a la anciana—, me dijo el vecino.

— No se preocupe por ello, ¿Usted de que trabaja? —, le pregunté.

— Soy empleado en una armería.

— ¿Vive solo?

— Ahora sí, porque con mi pareja nos separamos hace unos meses—, me contestó.

Rápidamente un camarógrafo se situó cerca de nosotros y con grandes letras apareció el título del programa en la pantalla del televisor, escuchándose la cortina musical. Comenzaba mi tarea periodística y miré a la cámara con una sonrisa.

— Buenas noches queridos amigos y bienvenidos al programa periodismo de investigación. Hoy tratamos el caso de la anciana que vivía sola y que se suicidó en su propia cocina, asfixiada por las llaves de gas abiertas. Nos encontramos en el domicilio de su vecino del contrafrente, que es distribuidor de armas y también vive solo, porque su pareja lo ha abandonado hace unos meses.

El hombre me miró atónito, pero no dijo nada. Entonces, con un estudiado movimiento, me dirigí hacia él.

— Por favor, coméntenos desde cuando conocía a su vecina.

— En realidad creo que desde que me mudé a este piso, hace un par de años y la verdad es que apenas había relación, yo...

— ¿Era una señora amable y tranquila?, le dije interrumpiéndolo.

— Sí, sí, muy tranquila.

— ¿Cómo eran esas relaciones?

— Bueno, eran normales, lo usual entre vecinos...

— Sin embargo, algunos nos han contado que en varias ocasiones hubo problemas…

— ¿Problemas?, ¿Qué clase de problemas? —, me preguntó el hombre sorprendido.

— Su vecina amaba el silencio y muchos días no pudo dormir, debido al volumen de su aparato de televisión. ¿Es cierto eso?

El vecino se quedó sin habla unos segundos. Se veía claramente que trataba de recordar algo de lo que yo le preguntaba, mientras la cámara lo enfocaba expectante en primer plano.

— Sí, es cierto que tuvimos unas palabras, un día que me dijo que bajase la televisión y...

— ¿No es verdad, le dije cortándolo, que esa señora educada y amable, se vio obligada a ir a su departamento a altas horas de la noche, para decirle que por favor bajase el volumen de la televisión?

En ese momento el vecino intentó decir algo, pero no le dí tiempo y volví a interrumpirlo, con mi inquisidora voz de periodista experimentado.

— Veamos la versión de una persona que vive en el mismo edificio, sobre lo ocurrido en uno de aquellos días.

Luego de haber dicho esto, ante mi indicación al operador, en el monitor apareció una vecina regordeta, explicando con énfasis, que la pobre anciana no podía dormir, por culpa del vecino del departamento de atrás. El entrevistado, sin reflejos y falto de reacciones, estaba mudo.

— Por favor, le pregunté luego, mirándolo fijamente.

— ¿Qué fue lo que ocurrió con su vecina, cuatro días antes de su suicidio?

De nuevo el vecino quedó paralizado, parecía que la pregunta retumbaba en su cerebro, intentando recordar algún detalle, antes de que fuese demasiado tarde.

Dado que no obtenía respuestas, le hice una señal al operador y otra de sus vecinas, en este caso la portera de la casa, muy orgullosa de aparecer en televisión, efectuó su relato con lujo de detalles. Describió como ese día el hombre reprendía, increpaba y hasta insultaba a la pobre anciana, porque su traviesa gatita había hecho sus necesidades delante de su puerta.

Después de un calculado silencio, me volví nuevamente hacia él.
¿No sintió en aquellos momentos compasión, por una anciana cuya única compañía era ese pequeño animalito, que ella cuidaba y alimentaba?

— ¿No era consciente del daño que le hacía con su actitud, por un hecho tan intrascendente?

El hombre fue incapaz de contestar alguna palabra a aquellas preguntas. Todo el argumento estaba especialmente armado para hacer ver a la audiencia, que el origen del suicidio de la viejita, fue que se vio sumida en la depresión, por ese vecino irrespetuoso y malvado.

— ¿Hubo en alguna otra ocasión un enfrentamiento similar entre ustedes, alguna discusión, algún problema, algún roce?

— No. Creo que... no.

Entonces, modifiqué mi postura con un estudiado movimiento ante las cámaras.

— Yo querría preguntarle, si con su madre habría actuado de una manera similar.

— Hace ya bastante tiempo que no vivo con mis padres, me contestó el vecino con brusquedad.

— ¿Es que lo han abandonado?

— No, no, viven lejos y están separados.

Rápidamente me volví hacia la cámara, ante cuya presencia me encontraba tan cómodo y toda mi seducción fue dirigida especialmente a aquellos, que observando con ansiedad, estaban dispuestos a creerlo todo. Allí decidí largar la andanada final y ante mi señal, más vecinos desfilaron delante de las cámaras. La mujer del primer piso B, algo desequilibrada, pero que resultaba simpática a la audiencia y los hijos de los vecinos del segundo A, que con la clásica inocencia infantil, repitieron casi lo mismo que se les preguntó.

El secretario de la comuna, emitió su opinión oficial y habló de la presunta falta de solidaridad y reacción del vecino para avisar a la autoridad e intervenir prestamente ante un hecho como el ocurrido. Hasta un viejito que vivía frente de la portería, se unió a la ejecución general y se puso de parte de la difunta. Mi objetivo periodístico, era atribuir la responsabilidad del suceso al vecino y ya había logrado inducir en la imaginación de la audiencia, que el hombre era definitivamente malicioso y culpable.

Culpable por haber deprimido a la viejita, al no dejarla dormir con el volumen de la televisión, de haberle gritado por la gatita y de no pedirle luego perdón, por no haberse percatado que era un ser humano como su madre. A todo ello, se le sumaba la presunción de negligencia, por no haber llegado a tiempo para cerrar el gas y llamado rápidamente a los bomberos o a la policía para que la salven.

Poco a poco, el hombre se fue hundiendo en el sillón y aplastado ante las cámaras, ya no sabía lo que decía y era un juguete en mis manos. En esos momentos me encontraba extasiado, imaginando a millones de personas ancianas con lágrimas en los ojos, que miraban con indignación a ese depravado distribuidor de armas, cuya mujer tuvo que escaparse de su departamento. Hombres, mujeres y niños que se sentirían horrorizados, ante ese perverso asesino de la viejita.

Por último, ya dueño por completo de la situación, me dirigí increpando al vecino 

— ¿Ha pensado usted que puede ser acusado de inducción al suicidio?

— ¿Se ha dado cuenta que puede terminar en la cárcel?

Observé como un escalofrío recorrió el cuerpo del hombre, mientras las manos le temblaban y sus ojos empezaron a parpadear nerviosos. No atinó a decir nada, bajó su cabeza y la escondió entre sus manos, en tanto yo con sutileza, guardaba un respetuoso silencio. Luego, rematé hábilmente la entrevista.

— Bien señores televidentes, que sirva este conmovedor testimonio de arrepentimiento, para dar un toque de atención sobre la situación de tantos ancianos, que a lo largo de todo el país viven solos y abandonados por sus familiares. Las personas mayores muchas veces necesitan de una palabra amiga o un trato amable para seguir viviendo.

— Nada más, los dejamos con estas reflexiones. La próxima semana un capítulo más de periodismo de investigación y no falten a la cita. ¡Buenas noches queridos amigos!

Una cortina musical cerró el programa. Cabizbajo, el entrevistado se fue rápidamente al baño y yo me levanté del sillón, sin poder contener la alegría que tenía.

— ¡Fantástico, ha quedado genial!

— Seguro que hemos batido el récord de audiencia, les dije a los camarógrafos.

— Quien lo iba a decir, con un tema tan insulso y poco atractivo.

De pronto, lo vi venir. El vecino se acercaba hacia mí, enceguecido de rabia y con una pistola en la mano.

— Aquí tienes el tema de la próxima audición:

— ¡La escena de tu muerte! —, me gritó mientras me disparaba.

Ante la sorpresa y la rapidez de la acción, fue imposible hacer nada, solo atiné a decir entrecortadamente a mis impávidos camarógrafos.

¡La cámara... conecten la cámara…!

Mientras me moría, pensaba que sería un buen tema para el próximo programa, porque para mí, el periodismo de investigación había sido siempre toda la pasión de mi vida.

De pronto, cambió mi existencia y se encontré en un lugar raro del universo, donde parecía como si se hubiera producido una revolución en los astros. Al principio no entendía nada, porque las estrellas brillaban más de lo normal y la penumbra parecía día, cubierta por una especie de niebla blanca y transparente. Era una nueva forma de ordenamiento celestial, como si fuera la interrupción prematura de un proceso ordenado o un obstáculo artificial levantado alrededor de la realidad. Y fue bajo la luz espectral de la luna que todo teñía de gris, cuando pude percibir unos agudos y extraños escalofríos provocados por una brisa fría.

Repentinamente, esa brisa me trajo unos murmullos, que al principio me parecieron demasiado lejanos y que no se desplazaban. Pero poco a poco, lo que había estado tan lejos estuvo cada vez más cerca y se fueron haciendo voces, que me llamaban por mi nombre. Fue al volverme, cuando noté que esas voces provenían de unos seres demoníacos, que se acercaban rápidamente. Me asusté y busqué escapar, pero al intentar correr caí y quise gritar pero no pude, sencillamente porque ya no podía gritar.

En realidad no opuse ninguna resistencia, porque de inmediato estuve vencido y solo me habían quedado amargura y tristeza, mientras esos seres infestos me trasladaban prestamente hacia ese otro mundo del más allá.

El crimen fue grabado en vivo y en directo y de hecho, pude observarlo desde donde ahora se encuentra mi alma, sufriendo un calor infernal. La grabación de mi muerte fue el éxito más trascendente de la televisión en los últimos años, incrementando los índices de audiencia a límites nunca alcanzados en la historia de ese medio de comunicación. Sin embargo, mi espíritu periodístico de investigación no quedó del todo satisfecho, porque no pude completar adecuadamente la nota, difundiendo los detalles de mi traslado y actual estadía en el más allá.

 

Diploma de honor XIII Concurso Literario.

Unión de Pensionistas y Jubilados de España (UDP).

 España. Madrid. Junio 2014.

lunes, 26 de abril de 2021

Asombrosa demolición

A mediados del siglo veinte, sus padres que eran escritores republicanos vascos, tuvieron que huir hacia la Argentina, junto con su hermanita, que estaba en las entrañas de su madre. Con sus tristezas y nostalgias, volvieron a empezar una nueva vida con sus dos pequeños hijos, lo que les significaron muchos sacrificios y privaciones. Ya establecidos en Buenos Aires, sus padres, con perseverancia y trabajo habían logrado publicar con éxito algunos de sus libros, lo que les permitió subsistir y hacerse de cierto capital. Luego, aprovechando la bonanza económica de esos años y con un crédito hipotecario, habían construido esa casa. Ellos querían mantener su identidad en ese nuevo mundo, pero conservando su hogar con sus tradiciones e idiosincrasias.

El edificio era una pintoresca casa etxea, de diseño rural, que estaba emplazado con sus fachadas de piedras, frente al hermoso Parque Avellaneda. Sus vigas de madera y sus puertas y persianas, habían sido pintadas algunas de color verde y otras rojas, que daba a la casa una apariencia típicamente vasca. Sus padres habían estado estrechamente conectados a esa casa, que para ellos significaba mucho más que una simple vivienda. Se trataba del espacio donde se llevaba a cabo buena parte de sus actividades diarias y en la que su familia estaba unida.

-“¿Que habrá sido de todo aquello?”- se preguntaba ahora, al volver allí después de tanto tiempo. Al fallecer sus padres y recientemente su hermana que vivía allí,  él que era escritor y residía en Bilbao, había retornado con el objeto de ponerla en venta. El edificio que había sido parte de su juventud tenía las huellas imborrables del paso del tiempo. Cuando comenzó a recorrer con curiosidad la casa en la actualidad, desde el portal enrejado de la calle, le llegó una ráfaga de aire fresco con olor a eucaliptos, del parque emplazado justo frente a la casa.

Sobre el patio de atrás el sol entraba a raudales, permitiendo que todos los rincones quedaran descubiertos ante sus ojos. Era una extensión del parque dentro de la casa, poblado de variados frutales como limoneros, pomelos, mandarinas, naranjos y ciruelos. Algunas plantas floridas y matas silvestres, daban a lo que antaño fuera una hermosa huerta, una fisonomía multicolor. Su padre y su madre, con sus delicadas manos de escritores, la habían cultivado en los primeros tiempos y era una fuente suplementaria de verduras frescas y especias naturales. Ellos habían reencontrado en esa casa etxea tan lejana de su pueblo natal, el espíritu necesario para el normal funcionamiento de la familia, su afincamiento y crecimiento.

Observó luego el jazmín que cobijaba y perfumaba parte del patio, debajo de la cual inspiraba sus poesías su madre. Sus prosas eran parte de la melodía que fluía en torno de él como un torrente cristalino. Todavía le parecía recordar aquel perfume del dulce de ciruelas, que ella misma preparaba con los frutos de las plantas de la casa. Y entonces, encontró una vieja mecedora, se sacó el pulóver, y se recostó en ese patio con aroma a jazmín, en ese hermoso atardecer de primavera, sintiendo el gorjeo de los pájaros. Y así rememorando todo aquello y completamente inmerso en aquel ensueño, se encaminó hacia la puerta de calle. Por la vereda, transitaban algunas personas y en el pavimento empedrado, un automóvil pasó raudamente frente a él. Los terrenos de las casas linderas tenían jardines bien cuidados, rodeados por todo el verde de aquel inmenso parque de Buenos Aires.

Repentinamente, ocurrió algo asombroso. Apareció una cuadrilla de hombres musculosos, provistos de palas, picos y algunas escaleras, que habían sido trasladados en un camión provisto de una grúa. El capataz se presentó y le dijo que debían comenzar inmediatamente la tarea de demolición, porque allí se construiría una autopista y le mostraron una orden judicial que les autorizaba a intervenir. Él trató de impedirles la entrada, intentando persuadirlos, pero nadie quiso escucharle. Cuando comenzaron con la destrucción, estremecido por la desesperación en lo hondo de su espíritu, buscó un desahogo y atinó a gritar, pero por más que quiso gritar, su boca estaba como paralizada y no podía emitir sonido alguno. La grúa del camión levantó una enorme bola de acero y comenzó a librar enfurecida la batalla, golpeando intermitentemente sobre las paredes.

La casa sentía dolor y se podía notar que una por una, las resistencias de los materiales que se enfrentaban al ataque se desplomaban. Los pedazos de piedras y maderas del techo volaban por el aire e impactaban ruidosamente en el suelo. Podía ver, como los muros enmohecidos por el paso de los años, caían destruidos por los inexorables piquetes. De pronto, percibió como que unas incipientes penumbras lo rodeaban y comenzó a sentir frío, mucho frío…

Fue en ese instante que se despertó en la mecedora ya en el fresco del anochecer y se sentó como impulsado por un resorte, respirando agitadamente, mientras el corazón en el pecho le latía con fuerza. Estaba exhausto, porque el realismo de ese sueño lo había dejado maltrecho. Se abrigó con el pulóver y poco a poco comenzó a recuperarse de los efectos de esa pesadilla que había tenido.

Finalmente y ya más calmado, un suspiro de alivio lo invadió, cuando como si fuera un milagro, surgieron en su subconsciente aquellas hermosas estrofas de Gabriel Aresti que siempre le recitaba su madre: “Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, pero la casa de mi padre seguirá en pie”. Entonces se le humedecieron los ojos y mágicamente en su alma comenzó a sentir en su verdadera magnitud, el amor que tenía por esa casa, que era un lazo de identidad indisoluble que lo unía con sus padres.

Ese sueño asombroso fue una premonición, porque luego de un análisis profundo del futuro de su vida y con el acuerdo de su familia que residía en Bilbao, tomó la decisión de no vender la casa etxea de sus padres. Y allí vive ahora muy feliz escribiendo en ella, rodeado por un agradable aroma a eucaliptos, acompañado de su esposa y sus dos pequeños hijos vascos.

 

1º Premio. VII Concurso de Relatos Asombrosos. 

Tema Historias de familia .

Biblioteca Popular Atahualpa Yupanqui,

Casa Vasca de Corpus. Misiones. Argentina. Septiembre 2015.

Añoranzas

Dios quiso que la tierra natal

nunca se pueda olvidar.

Dios todopoderoso:

¡Que dolorosa es tu voluntad!


Mi abuelo fue uno de los tantos inmigrantes italianos en la Argentina que a mediados del siglo pasado trazaron una nueva biografía lejos de los suyos. Fue en el momento de arribar y pisar tierra firme, donde para ellos comenzó a escribirse otra historia. Al cobijo de la nostalgia por lo que quedaba atrás, sintieron la necesidad de seguir adelante, de endurecerse y trabajar con ahínco.

Mi abuelo, como sus compatriotas, en los momentos de soledad siempre se acordaba de aquel pueblito pintoresco con vista al mar y la caída de la tarde con la puesta de sol, así como sus amigos, canciones, poemas y bailes populares. Pero también se acordaba de lo malo que quería olvidar, aunque bien sabía que nunca lo podría olvidar: la guerra, las muertes, las persecuciones y la miseria.

Si bien muchos de los inmigrantes que llegaron a la Argentina pensaron al principio que no se quedarían para siempre, la mayoría de ellos con el paso del tiempo decidieron establecerse definitivamente por voluntad propia. Por el bienestar de sus hijos, quisieron que estudien y se adapten a las costumbres del nuevo lugar, y prefirieron no transmitirles esos sentimientos de añoranza.

Se esforzaron para que sus hijos amen al nuevo suelo, pero aunque el tiempo transcurriera, a ellos siempre les quedarían los recuerdos de todo aquello que había sido su tierra natal. Y así fue, que envuelto en el avance de la técnica, con la aparición de la radio, la heladera, el lavarropas y la televisión, transcurrió la vida esforzada de mi abuelo criando a mis padres en esta nueva tierra.

En mi adolescencia, yo vivía con mis padres en la vieja casa que mi abuelo construyó en Buenos Aires y me había quedado grabado para siempre aquella noche cuando un día lo vi postrado y enfermo. El abuelo se sentía muy débil, sus fuerzas lo habían abandonado y parecía como si su alma estuviese por partir, dejando solo un cuerpo moribundo.

Cuando se dio cuenta que moría, me tomó de la mano y me sugirió con muy pocas fuerzas que algún día fuera hasta su pueblo de Monterosso al Mare. Me pidió que visitara las playas donde conoció a mi abuela, que era un lugar muy hermoso. Me dijo que allí encontraría a su alma, reposando sobre la línea azul del horizonte del mar.

Y luego, sumergido en los dominios de esas fantasías, aquellos paisajes donde el mar suspiraba y las olas se deslizaban cantando sobre las arenas, lo habían trasladado lejos, muy lejos, proyectando sobre su cuerpo los rayos sombríos de la muerte. Sin embargo, en ese entonces, y por más que lo intentaba, mi espíritu de adolescente no lograba comprender aquellos sentimientos nostálgicos de mi abuelo.

En el inicio de este siglo, hacía ya unos años que me había casado con una chica argentina también descendiente de inmigrantes italianos. En ese entonces, contando ambos con la nacionalidad italiana, pensamos que no nos quedaba otra alternativa mejor que emigrar a Italia con nuestro pequeño hijo, en busca de horizontes más benévolos. La situación económica argentina a fines del siglo pasado para nosotros era terminal, porque no conseguíamos trabajo y no había perspectivas de progreso alguno. Por ello, habíamos resuelto que nuestro segundo hijo que ya estaba por venir, naciera en Italia. Finalmente dejamos atrás Buenos Aires, para escapar de un sistema económico que nos aplastaba y no nos dejaba avanzar en la vida.

Mi abuelo vivió en el pueblo de Monterosso al Mare, que es bellísimo y es uno de los cinco pueblos que conforman el Parque Nacional en la costa del mar de la Liguria, a unos pocos kilómetros de Genova. Nos radicamos allí, en una pintoresca residencia que nos facilitaron unos familiares conocidos, que se habían alojado en nuestra casa cuando visitaron Buenos Aires.

Tuve mucha suerte y logré conseguir trabajo rápidamente en una empresa de pintura de obras y luego de un tiempo de estar radicados, nació nuestro segundo hijo. De todas maneras, en los primeros momentos no todo fue color de rosa porque tuvimos que adaptarnos. Nuestro mayor problema fue sin lugar a dudas extrañar a los nuestros, porque sentíamos que ya no teníamos los afectos de la familia y los amigos.

Habíamos cambiado de país, de idioma y de aires y mientras el tiempo transcurría, recordábamos los asados familiares, los partidos de truco, los tangos y juntarnos a tomar mate con gente que nos tratara de vos y nos digan “che”. Pero también recordábamos lo malo que queríamos olvidar, aunque bien sabíamos que nunca lo podríamos olvidar: la sangrienta dictadura militar con los miles de desaparecidos, la inútil guerra de las Malvinas. Y luego, en democracia, la corrupción y la destrucción de la función del Estado como tal, que había llevado al país al desempleo y la miseria.

Para aplacar esos sentimientos, el mate y el asado nos sirvieron de excusa para juntarnos con otros argentinos que vivían en el lugar. También nos aferrábamos a Internet, como nexo para mantenernos cerca de nuestros seres queridos, escuchar las radios y leer los diarios de siempre.

Fue a los pocos días de arribar al pueblo de mi abuelo, cuando al visitar las playas del mar, ya había comprendido realmente el dolor que la nostalgia implicaba. Al llegar, me quedé mirando durante un buen rato la línea azul del horizonte del mar, sobre la que estaría reposando el alma de mi abuelo, tal como me lo había dicho antes de morir.

De pronto y como en un ensueño, el viento me trajo un recuerdo de mi adolescencia cuando recorríamos con mi abuelo las costas Argentinas. De golpe se había quedado paralizado mirando el horizonte del mar con los ojos llorosos, recordando a su pueblo natal, lo que para mí, que en aquel entonces era un adolescente que no entendía nada, me pareció una fantasía ridícula y sin sentido alguno.

Pero ahora en ese mismo instante, como si viajara por el universo, como si durmiera y estuviera soñando, sentí que yo también tenía muchas ganas de llorar y recién allí pude valorar en toda su magnitud aquel sentimiento de añoranza de mi abuelo. Porque en esos momentos, era yo, que inmerso en ese misterioso devenir del tiempo, sentía que nunca podría olvidar a mi tierra natal, mientras con los ojos humedecidos mirando la línea azul del horizonte, recordaba a mi querido Buenos Aires, frente a la vastedad de ese mar infinito.

 


 

 


 


 

 

Relato ganador del V Concurso Literario

Incluido en el libro “Historia de Inmigrantes italianos”

Sociedad Italiana de San Pedro. Buenos Aires, Argentina. Julio 2014.

sábado, 24 de abril de 2021

Recuerdo de amor

Mientras percibo el sabor a uvas

busco tener una quimera,

y recuerdo un amor que tuve

en un día de primavera.

Mas luego de beber el vino

del bello acontecer me olvido,

y al ver esa copa vacía

quiero volver a aquel tiempo ido.

¡Mozo llene otra vez mi copa,

que el amor deseo en mi boca! 

 


 

 

 


 

 

Finalista VI Concurso de Micronpoesía. Recordando aprendí.

Incuido en el libro: Recuerdos.

Creatividad Literaria. España. Abril 2021.


Estación abandonada

Vuelvo a mi pueblo ya desaparecido

y sólo veo restos de la estación,

que en época pasada le daba vida.

Y recuerdo aquellas calles arboladas

con veredas de jardines foreados,

y bellas casas, ahora inexistentes.

Eran como si no hubiesen existido

desvanecidos por el polvo y el viento,

que envuelven a la soledad de la tarde.

Y observando esa vieja estación derruida

siento la nostalgia por aquellos trenes,

y de sus rieles, balastos y durmientes.

De pronto, escucho como un eco lejano

los estampidos secos de unos disparos,

junto a un grito de ¡No clausuren el tren!

Y aquel grito solitario y angustiante

parece provenir de un cielo distante,

suspendido en el espacio y en el tiempo.



 

 

 


 

 

Finalista VI Concurso de Poesías. Surcando el viento. 

Incuido en el libro: Un sueño.

Creatividad Literaria. España. Abril 2021

Surcando caminos

En su vida solitaria de camionero le gustaba surcar los caminos, mirando como las bellezas naturales se desplegaban ante sus ojos, aunque fueran repetidas y ya las conociera de memoria. Era mejor aún en los días de lluvia, cuando las gotas resbalaban por el parabrisas creando una cortina de agua, a través de la cual todo esos paisajes se veían más reverdecidos.

Disfrutaba durante el día, cuando el sol dibujaba curiosos reflejos y sombras sobre todo el entorno y también en las noches, cuando la oscuridad era salpicada por las estrellas, que brillaban titilando en la lejanía.

Había épocas en que los caminos se llenaban de un tránsito fluido, por la actividad y el movimiento de los pueblos y muchas veces tenía que esperar en el camión para entregar su mercadería. Entonces se acomodaba en el asiento y en verano levantaba la ventanilla para que entrara un poco de aire fresco.

Y en invierno, luego de alguna parada para comer o descansar en esos largos trayectos del camino, muchas veces hacía vapor con su aliento para escribir un nombre de mujer sobre el vidrio empañado, el cual se esfumaba rápidamente como todo amor furtivo.

Pero aquello fue hace mucho tiempo y ya no es más que un viejo álbum de fotos de un inventario del pasado. Sabe que sería en vano esperar a que todo vuelva a ser como antes, porque postrado en la soledad de una cama del hospital, ya esta listo para surcar el último camino de su vida.

 


 

 

 


 

 

Finalista VI Concurso de Cuentos breves. Surcando el viento.

Incuido en el libro: Un sueño.

Creatividad Literaria. España. Abril 2021.

viernes, 23 de abril de 2021

Mujer

La mejor curva

de una mujer hermosa

es su sonrisa.

 

La mujer ama

y de amor llena el mundo

¡gracias Dios mío!


Toda mujer

tiene en el corazón

su poderío.



 

 

 


 

 

Finalista VII Concurso de Haikus. Homenaje a la mujer.

Incluido en el libro: Corazón lleno.

Mundo Escritura. España. Abril 2021.

 

Imagen de bondad

Fue Dios con su suprema potestad

que a la mujer con amor diseñó,

y su compañía nos concedió

con todo el poder de su voluntad.

Le confirió una imagen de bondad,

y sobre el barro en que la modeló

con sus manos divinas la creó,

para hacer feliz a la humanidad.

 



 

 

 


 

 

Finalista VII Concurso de Minipoemas. Homenaje a la mujer.

Incluido en el libro: Corazón lleno.

Mundo Escritura. España. Abril 2021.