martes, 27 de abril de 2021

Periodismo de investigación

Sin lugar a dudas, yo era el periodista de investigación más popular de la televisión. Mi trabajo consistía en revelar hechos de corruptela, mediante cámaras ocultas, artificios o engaños, de modo de lograr los testimonios más inverosímiles y complejos de la realidad. De esa manera, permitía a mi ávida audiencia, gozar en vivo y en directo, viendo como pisaban el palito los culpables.

¿Eran todos culpables realmente? Para mí, lo único que me importaba, era que la nota periodística fuese interesante, como para atrapar al espectador y mantener los altos ratings de audiencia. Por ello, cuando muchas veces no tenía a mano un tema acorde con las circunstancias, lo condimentaba de modo de hacer que fuera lo más atrayente posible. Era una forma de satisfacer a través de los medios de comunicación, esa innata avidez de justicia popular, que siempre me reclamaba mi gran público.

Aquella semana lo único que había ocurrido, era el suicidio de una anciana en un departamento de la ciudad. Luego de planificar con mucha paciencia todo el escenario de la investigación periodística, localicé al vecino del departamento del contrafrente, que me pareció la persona ideal y concerté con él una entrevista televisiva.

Me presenté en el domicilio del vecino momentos antes de la transmisión, con mis operadores cargados con las cámaras y todos los accesorios indispensables. Ellos eran bastante expertos y en solo unos instantes, cambiaron los muebles de sitio y convirtieron el living del departamento, en un verdadero estudio de televisión.

— Bueno, tenemos cinco minutos antes de salir al aire —, le informé al entrevistado sonriéndole amablemente.

— De acuerdo, pero le advierto que apenas conocía a la anciana—, me dijo el vecino.

— No se preocupe por ello, ¿Usted de que trabaja? —, le pregunté.

— Soy empleado en una armería.

— ¿Vive solo?

— Ahora sí, porque con mi pareja nos separamos hace unos meses—, me contestó.

Rápidamente un camarógrafo se situó cerca de nosotros y con grandes letras apareció el título del programa en la pantalla del televisor, escuchándose la cortina musical. Comenzaba mi tarea periodística y miré a la cámara con una sonrisa.

— Buenas noches queridos amigos y bienvenidos al programa periodismo de investigación. Hoy tratamos el caso de la anciana que vivía sola y que se suicidó en su propia cocina, asfixiada por las llaves de gas abiertas. Nos encontramos en el domicilio de su vecino del contrafrente, que es distribuidor de armas y también vive solo, porque su pareja lo ha abandonado hace unos meses.

El hombre me miró atónito, pero no dijo nada. Entonces, con un estudiado movimiento, me dirigí hacia él.

— Por favor, coméntenos desde cuando conocía a su vecina.

— En realidad creo que desde que me mudé a este piso, hace un par de años y la verdad es que apenas había relación, yo...

— ¿Era una señora amable y tranquila?, le dije interrumpiéndolo.

— Sí, sí, muy tranquila.

— ¿Cómo eran esas relaciones?

— Bueno, eran normales, lo usual entre vecinos...

— Sin embargo, algunos nos han contado que en varias ocasiones hubo problemas…

— ¿Problemas?, ¿Qué clase de problemas? —, me preguntó el hombre sorprendido.

— Su vecina amaba el silencio y muchos días no pudo dormir, debido al volumen de su aparato de televisión. ¿Es cierto eso?

El vecino se quedó sin habla unos segundos. Se veía claramente que trataba de recordar algo de lo que yo le preguntaba, mientras la cámara lo enfocaba expectante en primer plano.

— Sí, es cierto que tuvimos unas palabras, un día que me dijo que bajase la televisión y...

— ¿No es verdad, le dije cortándolo, que esa señora educada y amable, se vio obligada a ir a su departamento a altas horas de la noche, para decirle que por favor bajase el volumen de la televisión?

En ese momento el vecino intentó decir algo, pero no le dí tiempo y volví a interrumpirlo, con mi inquisidora voz de periodista experimentado.

— Veamos la versión de una persona que vive en el mismo edificio, sobre lo ocurrido en uno de aquellos días.

Luego de haber dicho esto, ante mi indicación al operador, en el monitor apareció una vecina regordeta, explicando con énfasis, que la pobre anciana no podía dormir, por culpa del vecino del departamento de atrás. El entrevistado, sin reflejos y falto de reacciones, estaba mudo.

— Por favor, le pregunté luego, mirándolo fijamente.

— ¿Qué fue lo que ocurrió con su vecina, cuatro días antes de su suicidio?

De nuevo el vecino quedó paralizado, parecía que la pregunta retumbaba en su cerebro, intentando recordar algún detalle, antes de que fuese demasiado tarde.

Dado que no obtenía respuestas, le hice una señal al operador y otra de sus vecinas, en este caso la portera de la casa, muy orgullosa de aparecer en televisión, efectuó su relato con lujo de detalles. Describió como ese día el hombre reprendía, increpaba y hasta insultaba a la pobre anciana, porque su traviesa gatita había hecho sus necesidades delante de su puerta.

Después de un calculado silencio, me volví nuevamente hacia él.
¿No sintió en aquellos momentos compasión, por una anciana cuya única compañía era ese pequeño animalito, que ella cuidaba y alimentaba?

— ¿No era consciente del daño que le hacía con su actitud, por un hecho tan intrascendente?

El hombre fue incapaz de contestar alguna palabra a aquellas preguntas. Todo el argumento estaba especialmente armado para hacer ver a la audiencia, que el origen del suicidio de la viejita, fue que se vio sumida en la depresión, por ese vecino irrespetuoso y malvado.

— ¿Hubo en alguna otra ocasión un enfrentamiento similar entre ustedes, alguna discusión, algún problema, algún roce?

— No. Creo que... no.

Entonces, modifiqué mi postura con un estudiado movimiento ante las cámaras.

— Yo querría preguntarle, si con su madre habría actuado de una manera similar.

— Hace ya bastante tiempo que no vivo con mis padres, me contestó el vecino con brusquedad.

— ¿Es que lo han abandonado?

— No, no, viven lejos y están separados.

Rápidamente me volví hacia la cámara, ante cuya presencia me encontraba tan cómodo y toda mi seducción fue dirigida especialmente a aquellos, que observando con ansiedad, estaban dispuestos a creerlo todo. Allí decidí largar la andanada final y ante mi señal, más vecinos desfilaron delante de las cámaras. La mujer del primer piso B, algo desequilibrada, pero que resultaba simpática a la audiencia y los hijos de los vecinos del segundo A, que con la clásica inocencia infantil, repitieron casi lo mismo que se les preguntó.

El secretario de la comuna, emitió su opinión oficial y habló de la presunta falta de solidaridad y reacción del vecino para avisar a la autoridad e intervenir prestamente ante un hecho como el ocurrido. Hasta un viejito que vivía frente de la portería, se unió a la ejecución general y se puso de parte de la difunta. Mi objetivo periodístico, era atribuir la responsabilidad del suceso al vecino y ya había logrado inducir en la imaginación de la audiencia, que el hombre era definitivamente malicioso y culpable.

Culpable por haber deprimido a la viejita, al no dejarla dormir con el volumen de la televisión, de haberle gritado por la gatita y de no pedirle luego perdón, por no haberse percatado que era un ser humano como su madre. A todo ello, se le sumaba la presunción de negligencia, por no haber llegado a tiempo para cerrar el gas y llamado rápidamente a los bomberos o a la policía para que la salven.

Poco a poco, el hombre se fue hundiendo en el sillón y aplastado ante las cámaras, ya no sabía lo que decía y era un juguete en mis manos. En esos momentos me encontraba extasiado, imaginando a millones de personas ancianas con lágrimas en los ojos, que miraban con indignación a ese depravado distribuidor de armas, cuya mujer tuvo que escaparse de su departamento. Hombres, mujeres y niños que se sentirían horrorizados, ante ese perverso asesino de la viejita.

Por último, ya dueño por completo de la situación, me dirigí increpando al vecino 

— ¿Ha pensado usted que puede ser acusado de inducción al suicidio?

— ¿Se ha dado cuenta que puede terminar en la cárcel?

Observé como un escalofrío recorrió el cuerpo del hombre, mientras las manos le temblaban y sus ojos empezaron a parpadear nerviosos. No atinó a decir nada, bajó su cabeza y la escondió entre sus manos, en tanto yo con sutileza, guardaba un respetuoso silencio. Luego, rematé hábilmente la entrevista.

— Bien señores televidentes, que sirva este conmovedor testimonio de arrepentimiento, para dar un toque de atención sobre la situación de tantos ancianos, que a lo largo de todo el país viven solos y abandonados por sus familiares. Las personas mayores muchas veces necesitan de una palabra amiga o un trato amable para seguir viviendo.

— Nada más, los dejamos con estas reflexiones. La próxima semana un capítulo más de periodismo de investigación y no falten a la cita. ¡Buenas noches queridos amigos!

Una cortina musical cerró el programa. Cabizbajo, el entrevistado se fue rápidamente al baño y yo me levanté del sillón, sin poder contener la alegría que tenía.

— ¡Fantástico, ha quedado genial!

— Seguro que hemos batido el récord de audiencia, les dije a los camarógrafos.

— Quien lo iba a decir, con un tema tan insulso y poco atractivo.

De pronto, lo vi venir. El vecino se acercaba hacia mí, enceguecido de rabia y con una pistola en la mano.

— Aquí tienes el tema de la próxima audición:

— ¡La escena de tu muerte! —, me gritó mientras me disparaba.

Ante la sorpresa y la rapidez de la acción, fue imposible hacer nada, solo atiné a decir entrecortadamente a mis impávidos camarógrafos.

¡La cámara... conecten la cámara…!

Mientras me moría, pensaba que sería un buen tema para el próximo programa, porque para mí, el periodismo de investigación había sido siempre toda la pasión de mi vida.

De pronto, cambió mi existencia y se encontré en un lugar raro del universo, donde parecía como si se hubiera producido una revolución en los astros. Al principio no entendía nada, porque las estrellas brillaban más de lo normal y la penumbra parecía día, cubierta por una especie de niebla blanca y transparente. Era una nueva forma de ordenamiento celestial, como si fuera la interrupción prematura de un proceso ordenado o un obstáculo artificial levantado alrededor de la realidad. Y fue bajo la luz espectral de la luna que todo teñía de gris, cuando pude percibir unos agudos y extraños escalofríos provocados por una brisa fría.

Repentinamente, esa brisa me trajo unos murmullos, que al principio me parecieron demasiado lejanos y que no se desplazaban. Pero poco a poco, lo que había estado tan lejos estuvo cada vez más cerca y se fueron haciendo voces, que me llamaban por mi nombre. Fue al volverme, cuando noté que esas voces provenían de unos seres demoníacos, que se acercaban rápidamente. Me asusté y busqué escapar, pero al intentar correr caí y quise gritar pero no pude, sencillamente porque ya no podía gritar.

En realidad no opuse ninguna resistencia, porque de inmediato estuve vencido y solo me habían quedado amargura y tristeza, mientras esos seres infestos me trasladaban prestamente hacia ese otro mundo del más allá.

El crimen fue grabado en vivo y en directo y de hecho, pude observarlo desde donde ahora se encuentra mi alma, sufriendo un calor infernal. La grabación de mi muerte fue el éxito más trascendente de la televisión en los últimos años, incrementando los índices de audiencia a límites nunca alcanzados en la historia de ese medio de comunicación. Sin embargo, mi espíritu periodístico de investigación no quedó del todo satisfecho, porque no pude completar adecuadamente la nota, difundiendo los detalles de mi traslado y actual estadía en el más allá.

 

Diploma de honor XIII Concurso Literario.

Unión de Pensionistas y Jubilados de España (UDP).

 España. Madrid. Junio 2014.

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