Un
día decidí partir de la Ciudad donde vivía para dirigirme de
vacaciones hacia las montañas, con objeto de alejarme de toda
aquella rutina que siempre me envolvía en la soledad de mi
existencia. Planifiqué el
viaje con gran cuidado, porque esquiar en la nieve era una asignatura
que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo. Había tenido en
cuenta el más mínimo detalle y esperaba poder disfrutar de una
agradable estadía en esa hermosa región.
Al llegar en el anochecer a la
estación principal de ómnibus de la Ciudad, me dirigí
dificultosamente hacia la plataforma que me correspondía, esquivando
la gran cantidad de gente que se desplazaba en esos momentos para
viajar. Después que subí al autobús, estaba algo somnoliento y
recliné
mi asiento junto a la ventanilla, decidido a descansar y pasar bien
cómoda la noche. Luego de un tiempo prudencial, cuando el vehículo
ya estaba por partir, súbitamente subió una joven, alta, rubia,
delgada y muy hermosa, que se sentó justo al lado mío.
Tenía un vestido claro que marcaba
una línea de recato y sobriedad. Al verla, me encandilaron sus
enormes ojos verdes que iluminaban su bello rostro y como por un
encanto se me esfumó el sueño. Tenía el cabello rubio recogido con
un prolijo rodete aferrado a la nuca. Llevaba en una de sus manos una
cartera de cuero que hacía juego con su indumentaria. Luego de
arrancar, la traté de mirar
disimuladamente aprovechando el reflejo en el vidrio de la
ventanilla, mientras el autobús se desplazaba lentamente por la
Ciudad. Cuando
atravesábamos
los campos iluminados por la luna y las estrellas, se apagaron las
luces, mientras mi mente pensando en mi compañera de viaje se sentía
como el autobús, corriendo por la ruta con
la tenacidad de un león hambriento, persiguiendo a una invisible
presa, inalcanzable y esquiva.
Por
tal motivo, frente a la compañía de esa mujer tan seductora no
podía conciliar el sueño, siendo yo un hombre que en los viajes
siempre dormía sin problemas. Mil veces intenté dormir, mas fue
inútil, porque estaba prendado de esa joven y eso era lo que
realmente me quitaba el sueño. En esos momentos en que yo estaba
bastante inquieto, mi compañera de viaje comenzó a leer un libro,
iluminado por la luz de posición de su asiento, en medio de la
oscuridad que nos rodeaba. Después de un buen rato, quedé
completamente sorprendido cuando de repente, ella giró su rostro
directamente hacia mí.
― ¿Qué
hora es? ―, me preguntó con una voz melodiosa, mientras me
observaba con sus bellos ojos verdes entre sorprendidos e
inquisidores.
― Alrededor
de las diez de la noche ―, le contesté rápidamente, mirando de
reojo mi reloj de pulsera.
― ¿Va
muy lejos? ―, le pregunté, como forma de entablar una
conversación.
― No
muy lejos ―, me contestó ella y luego se quedó callada mirándome
de reojo, mientras trataba de disimular que lo hacía hacia la página
del libro que tenía entre sus delicadas manos.
― ¿Se
habrá divertido en la Ciudad, verdad? ―, le pregunté tratando de
continuar la conversación. Como no me contestaba, le aclaré que le
había hecho la pregunta porque la Ciudad era muy seductora con
muchos lugares de entretenimientos y espectáculos donde uno podía
olvidar las penas.
― Vine
a visitar a un familiar ―, me contestó y dicho esto, se quedó
nuevamente mirándome en un silencio profundo un buen rato, mientras
el autobús volaba en la ruta como el viento.
― ¿Y
adónde va ahora? ―, le pregunté tímidamente.
― Retorno
a mi pueblo ―, me respondió.
Entonces,
le dije que era empleado administrativo en una empresa multinacional
y le conté algunas cosas de mi vida solitaria envuelta en la rutina
diaria de la oficina, mientras ella, abstraída y muy triste, miraba
mi rostro con los ojos empañados, mientras yo pensaba que su vista
se dirigía por la ventanilla hacia las oscuridades lejanas de la
noche estrellada. Luego se hizo un largo y penoso silencio en la que
compartimos nuestras soledades, hasta que finalmente el autobús
llegó a la parada de su pueblo.
Fue
allí, cuando quedé completamente sorprendido al ver que mi
compañera de viaje se levantó prestamente de su asiento con su
cartera, y se dirigió a la puerta de descenso del autobús, sin
siquiera saludarme. Mientras caminaba, observé que con un pañuelo
trataba de ocultar las lágrimas de una inconsolable pena, entre el
río revuelto de personas que se desplazaban precipitadamente por el
pasillo para bajar del autobús.
Pensé
que no la vería nunca más, pero ante mi incredulidad, se acercó
caminando por el andén hacia mi ventanilla y cuando la abrí, con un
dolor profundo y mirándome con la faz desencajada, me dijo que fue a
su esposo a quien vino a ver en la Ciudad y que estaba allí,
señalándome hacia el cielo. Dicho esto abrió su cartera y me
mostró su foto, mientras se enjuagaba con el pañuelo una lágrima
que pugnaba por asomar en sus bellos ojos verdes. Al verla quedé
mudo por la sorpresa, porque esa foto sonriente era la
imagen de mi rostro.
Me contempló por un instante y creí
adivinar una chispa de cariño y fidelidad por su esposo en esos ojos
verdes que tanto me subyugaban. Sus labios ya no se movieron, pero
una sonrisa de saludo aleteó en su rostro una fracción de segundo
antes de darse vuelta. Lo último que vislumbré previo a que se
desvaneciera para siempre de mi vista, fue su pelo rubio peinado con
rodete mientras se alejaba. Después se perdió entre la gente,
cual
si fuera una princesa hermosa esfumándose entre la sombras de la
noche y de esa manera, quedó truncada para siempre esa breve e
inocente relación que tuve con ella.
Cuando
rápidamente el autobús partió de la estación, sentí con mucha
tristeza la falta de mi compañera de viaje al lado de mi asiento y
volví a estar inmerso nuevamente en ese destino solitario de mi vida
que tanto me agobiaba. Luego no pude conciliar el sueño durante el
resto del viaje, porque aunque no había conocido su nombre, ni sabía
quien era, seguía pensando en ella, mientras el autobús se dirigía
raudamente hacia ese destino de esparcimiento que había programado
tan pacientemente en aquellas lejanas montañas nevadas.
Seleccionado
Concurso relatos de viajes.
Publicado
Moleskin.es.España. 2016