El
origen y las causas de aquella triste sorpresa navideña se remontan
a una vieja estación ferroviaria de Buenos Aires. Como era el día
que celebrábamos la nochebuena con mi familia, compré el regalo
navideño en un negocio de la zona. Ya era casi el mediodía y
esperaba la llegada del tren con mi bolsa plástica conteniendo el
regalo rodeado de muchas personas, la mayoría de las cuales también
llevaban sus respectivos paquetes.
De
pronto, por los altoparlantes anunciaron que el servicio estaba
temporalmente interrumpido debido a un accidente en una de las
estaciones vecinas. Sabía por experiencia propia que esos cortes
solían durar una eternidad y decidí resignarme apelando a toda la
tranquilidad posible para sobrellevar ese fastidioso momento.
Aproveché
para ir a los procaces baños que se destacaban al final a la derecha
del andén. Ya en las puertas, leí algunas cosas de inadaptados que
se sentían poetas y al ver escrita una palabra que recordaba en
lunfardo a una ex presidenta, no pude menos que esbozar una sonrisa,
pensando que ni allí se olvidaban de ella.
Luego,
mientras esperaba pacientemente, mis ojos vagaban recorriendo a la
gente que circulaba nerviosa por el andén. Unos pocos lo abandonaban
en busca de algún taxi o colectivo para llegar a tiempo a sus
destinos. Algunos discutían acaloradamente culpando al gobierno por
la falta de control sobre las empresas de transporte público. Otros
como yo, aguardábamos con la mayor calma posible a que la situación
volviera a la normalidad.
Mientras
esperaba parado, poco a poco iban llegando más y más pasajeros.
Sentarme era imposible, porque los escasos bancos disponibles estaban
ocupados. Pero mis reflexiones fueron dejadas de lado cuando una
mujer joven irrumpió en la escena acaparando completamente mi
atención. Caminaba hacia donde yo me encontraba, con gracia
femenina. La blusa marrón oscura que vestía hacía juego con su
pollera y marcaba una línea de recato y sobriedad. Lucía unos
anteojos que acentuaban el aire intelectual de su rostro y su cabello
pelirrojo estaba recogido en un prolijo rodete aferrado a la nuca.
Llevaba en una de sus manos una bolsa con un paquete y el cuadro se
completaba con el infaltable teléfono celular.
Se
detuvo en el andén contemplando el tablero de los horarios, muy
cerca de donde yo estaba parado. Entonces me acerqué y le comenté
lo que había pasado. Simpatizamos al momento. Ella tenía
una conversación amena y me contó sus aventuras para encontrar el
negocio donde vendían el juguete que le había pedido su sobrina
para esa Navidad, mientras yo no hacía más que escucharla
embelesado.
En un
momento dado, al sonar su celular, circunstancialmente tropezamos al
entrecruzarnos fugazmente con las bolsas de regalos y sentí como
ella se apoyaba dulcemente sobre mi cuerpo para leer el mensaje.
Entonces, mágicamente mi imaginación me llevó como por encanto a
besar a esa hermosa mujer en una playa desierta, con una puesta de
sol como fondo.
Finalmente
y después de una larga e interesante charla, apareció el tren a lo
lejos, frente a una multitud de pasajeros que lo esperaban ansiosos.
Cuando
llegó al andén, la gente se abalanzó para subir y ya no volví a
ver a la chica, porque unos muchachos me arrastraron hacia el tren
como potros enfurecidos alzando sus cabezas al aire. Para que no me
aplasten, me introduje por la primera puerta que encontré, e
inmediatamente fui comprimido
hacia el interior del vagón, empujado con mi bolsa del regalo a
cuestas, por aquellos que desesperadamente trataban de ingresar.
Miré
por la ventanilla para tratar de buscarla entre la multitud, pero me
fue imposible distinguirla, porque había desaparecido
misteriosamente y ya nada pude hacer cuando el tren inició la
marcha. Durante todo el trayecto estuve bastante compungido pensando
en ella. Fue recién al llegar a la estación de destino, cuando
quedé completamente sorprendido y angustiado, al comprobar en el
bolsillo de mi campera la desaparición de mi billetera con el dinero
y todos mis documentos. Allí recordé la palabra “chorra” que
había visto escrita en la puerta de aquel sucio baño de la
estación. Pero esta vez no sonreí.
Seleccionado
ganadores IV Concurso de Cuentos de Navidad.
Asociación
de Escritores de Entre Ríos. Argentina. Diciembre 2024.