Conduciendo
su automóvil al caer el sol en esa tarde calurosa de verano, veía
como el pavimento se extendía en el horizonte hasta la unión que
consumaban el cielo y la tierra. A ambos lados de la ruta, los
desolados terrenos con pastizales estaban azotados por un cálido y
fuerte viento.
Dentro
del habitáculo del coche con aire acondicionado, el conductor sonrió
pensando que
su automóvil avanzaba con la tenacidad de una bestia hambrienta
persiguiendo una invisible presa, mientras
el pasacasette reproducía una canción de Serrat y la computadora
del tablero indicaba una temperatura de 35°C en ese atardecer
estival, y a pesar de que iba a unos 150 kilómetros por hora, le
parecía que circulaba a paso de hombre.
La
soledad reinante le permitía disfrutar de un manejo tranquilo y
distendido, ya que no tenía que sobrepasar a otros vehículos. Pero
comenzó a sentir una leve inquietud al comprender que era el único
ser humano a la redonda librado a su propia suerte, mientras
miraba fascinado hacia adelante el ondulante espejo de agua que
producía el clásico ilusionismo en esa carretera recalentada por
los rayos del sol .
Había
planificado el viaje con mucho cuidado, teniendo en cuenta cada
mínimo detalle para poder disfrutar de una agradable estadía,
reservando una habitación en un pintoresco hotel ubicado frente a
unas hermosas playas que daban al mar. Eran unas vacaciones que tenía
pendiente desde hacía mucho tiempo, postergada por asuntos de
trabajos que requerían cierta prioridad o urgencia
En
un momento dado del trayecto descubrió que la tarde se estaba
haciendo noche y encendió
las luces del auto por costumbre, más que por necesidad. Pensó que
todavía le faltaban más de dos horas para llegar a su destino de
descanso frente al mar. Afuera, las primeras estrellas brotaban en el
cielo inmerso en esa calma agradable y al adormilarse por unos
segundos cerró los ojos y al abrirlos, vio una mancha oscura de un
animalito que se le iba a cruzar en la trayectoria del vehículo. Al
querer esquivarlo por efecto de la alta velocidad que llevaba,
comenzó a deslizarse peligrosamente hacia la banquina.
Por
suerte, luego de una gran confusión de movimientos volvió al camino
y cuando recuperó el control del coche, pensó que no era bueno
manejar solo y mientras se normalizaba su respiración y los latidos
de su corazón, comenzó a sentir en su subconsciente el presagio de
que algo malo lo estaba asechando en ese viaje.
Estaba
anocheciendo y las nubes tenían los bordes dorados por el reflejo de
la luz crepuscular, y poco tiempo después, mientras la música de
Serrat volvió a acariciarlo y la oscuridad parecía tragar el
automóvil, surgieron ante sus ojos a lo lejos dos misteriosas luces
rojas. Extrañamente no coincidían con la línea recta del camino,
más bien parecían estar sobre el campo y a veces daba la impresión
que no tocaban el piso, como si estuvieran en el aire.
El
resplandor de un rayo en el cielo le anunciaba que se dirigía hacia
una tormenta. Al poco tiempo el sonido de las gotas de lluvia sobre
el techo del coche, reemplazó la música del casette, mientras las
nubes borraron las estrellas y el ruido de un trueno desgarraba la
noche. Aunque la tormenta comenzaba a ser intensa y apenas alcanzaba
a ver unos pocos metros adelante, pensó que solo le quedaba una hora
de viaje y no valía la pena parar.
Distorsionadas
por la lluvia, alcanzó a divisar nuevamente a lo lejos las dos luces
rojas que brillaban intensamente y que por momentos desaparecían en
el horizonte. Entonces volvió a tener esa extraña premonición que
le presagiaba que algo malo le habría de pasar y se le heló la
sangre de solo pensar que quizás esas luces rojas lo conducían
hacia la muerte.
Fue
precisamente en ese instante que por una mala maniobra en una curva,
su auto comenzó a deslizarse de costado bajo la lluvia hasta
completar un primer trompo en el centro de la calzada. En la segunda
vuelta le pareció que el final de su vida había llegado, pero en la
tercera, apretó alternativamente los frenos y pudo dominar la
máquina ya en el medio del campo.
Allí
permaneció por largo tiempo reponiéndose del susto con su coche de
espaldas a la ruta mirando el negro horizonte, donde a lo lejos, las
dos luces rojas de una gran torre metálica parpadeaban en la
lejanía, bajo el cielo ahora nuevamente estrellado.
Entonces,
volvió a retornar a la ruta con su coche algo magullado y así
continuó su camino, hasta que vio como la luna surgía sobre la
inmensidad del mar, y mientras pensaba que por suerte a veces los
presagios no se cumplen, veía como la espuma de las olas besaban
una y otra vez la silueta de la playa, preparando su espíritu para
disfrutar de sus ansiadas vacaciones.
Fue
allí que tuvo el descuido fatal. Casi no tuvo tiempo de apretar los
frenos de su coche que iba a 150 km por hora por la ruta, cuando
advirtió las dos luces rojas traseras del enorme camión que
circulaba delante a 80 km por hora, incrustándose en la parte
posterior del mismo.
Publicado
Concurso de Relatos de viajes
Moleskin.España.
Julio 2019.
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