Al llegar el final de mi vida mi mente
va desandando el camino recorrido y vuelvo sentirme un niño ante una
mujer extraordinaria. Gracias mamá por haberme cuidado y educado.
Gracias por apoyarme y alentarme, rezando por mí a un Dios en el que
yo no creía. Me ayudaste a forjar mi destino de escritor y no
alcanzarían mil poemas para agradecerte. Y ahora en el final, como
si fuera un milagro, siento que desde el cielo te acercas hacia mí y
al alzarme en tus brazos, vuelvo a oír la ternura de tu voz.
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