lunes, 11 de marzo de 2019

El mundo fue y será una porquería

Está bien, sírvase un mate señor periodista que le cuento la historia de mi vida en este asentamiento. Que quiere que le diga, los medios deberían saber que en mi pueblo del interior de la Argentina, como en los de los países limítrofes hay mucha miseria y la gente en algún lado tiene que vivir. Después de todo, el puntero político nos dijo que no hacía mucha falta este terreno en Buenos Aires. Por eso lo ocupamos y con unos mangos que tenía ahorrado conseguí que me dieran este terrenito.
Y en cuanto a mi familia ya vio como es la vida, mi hija que tenía entonces quince años, se puso de novio con un paraguayo que trabajaba en la Municipalidad y traía el agua en un camión. Parecía un buen muchacho, tenía unos veinticinco años y venía casi todos los días a casa. Pero el desgraciado luego se metió a distribuir paco en el asentamiento, la dejó embarazada y se borró para siempre. De un día para otro no vino más, porque aparentemente tuvo una diferencia con un mafioso de la banda rival. Algunos me dijeron que huyó al Paraguay y otros que lo mató un sicario.
Le cuento que ahora tengo dos nietos, ése que le dije y otro más que son de un pibe de mi mismo pueblo, de la barra brava de Boca, al que conocí en el barrio y que después se juntó con mi hija. Y así fue como nos fuimos amontonando en la casa hasta que nos fue quedando chica. 
Un día le dije a mi mujer que iba a ampliar la casa construyendo dos habitaciones más. El pibe me ayudó y con algunas maderas y chapas que afanamos por ahí,  en menos de un mes ya nos mudamos con mi mujer para esta parte nueva. Y los dejamos a ellos con los chicos en la parte vieja. Así estamos todos más cómodos. Por suerte ellos con el subsidio que le dan y alguna changuita que él hace por allí, se la rebuscan bastante bien.
Yo antes trabajaba, salía con el carrito a buscar cartones, fierros, vidrios o lo que fuera. Ahora no puedo, por la artrosis, ¿vio? Apenas puedo caminar hasta el almacén a buscar un vino o algo que me haga falta. Menos mal que mi mujer sigue fuerte y tiene trabajo en el lujoso barrio residencial que han hecho del otro lado de la autopista. Ella limpia en algunas de esas casas y con eso vamos tirando.
Yo… ya no puedo ¿vio?… Aunque que quiere que le diga, de vez en cuando me sacrifico y colaboro participando en algún piquete o lo acompaño al pibe a hacer algunos líos en las canchas, total si en una de esas te lleva la cana al otro día te larga el Juez.
Ahora que me acuerdo, le cuento que ayer soñé con Discepolín. Sí, el mismísimo Dicepolín estaba allí en la ventana, con la ñata contra el vidrio y al verme me dijo que la vida en este asentamiento fue y será una porquería y que en este siglo veintiuno todo es igual, un cambalache donde en la vidriera siguen estando juntos la Biblia y el calefón. Entonces, al contestarle que yo ya lo sabía, me aconsejó sonriendo que igual trate de permanecer en él como pueda, porque allá en el horno iba a estar peor. 
Bueno hasta acá llegamos señor periodista, creo que ya le dije bastante por esos mangos que me dio por contarle la historia de mi vida para su diario. Ah... y en el reportaje ponga la foto de Dicepolín, porque es mi ídolo ¿Sabe?






Homenaje a Enrique Santos Discépolo.   

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