miércoles, 12 de junio de 2019

La justa venganza

En un saloon característico del oeste norteamericano, estaba sentado el sheriff del pueblo jugando a las cartas con sus amigos, mientras tomaba unas copas de whisky. Estaba vestido con una elegante levita negra y tenía puesto su sombrero de ala ancha, pero además de prestar atención al juego, vigilaba la puerta, porque tenía el presentimiento de que tarde o temprano su ex empleado volvería para vengarse.
Se había ubicado en un rincón cercano a la puerta, donde podía tener una buena visión de cualquiera que ingresara al local. Usaba la mano izquierda para sostener los naipes y cuando éstos descansaban sobre la mesa, tomaba con ella el vaso de whisky. De esa manera siempre le quedaba libre la mano derecha, que era la más hábil para desenfundar y disparar la pistola que colgaba de su cinturón.
Con su antiguo y solitario ayudante habían tenido una agria discusión en su oficina y cuando éste se retiraba indignado diciendo que renunciaba, lo llamó y al girar la cabeza para mirarlo, le atravesó la cara de lado a lado con una bala, como un experto tirador que era. El ayudante había quedado malherido y desfigurado, y lo llevaron al hospital de la ciudad más cercana para ser atendido, pero nunca se supo más nada de él. El sheriff argumentó como excusa que se le había escapado el tiro y que no quiso matarlo.
Mientras las horas pasaban en el saloon, al esconderse el sol detrás del cerro, la temperatura comenzó a bajar. Por eso, el ex ayudante que venía montado en su caballo se levantó el cuello del abrigo, mientras observaba al pueblo desde la altura, antes de comenzar el descenso por los senderos que lo llevaban hasta allí. Estaba completamente seguro que su antiguo jefe estaría jugando y tomando whisky en el saloon.
Finalmente llegó al pueblo con las últimas luces del día, y cabalgó por la calle principal, hasta donde estaba emplazado el saloon. Mientras ataba su caballo, una breve sonrisa lo invadió. Había llegado el momento de tomar esa decisión que desde aquel entonces siempre rondaba en su cabeza. Hoy, después de casi un año de la discusión, tenía la posibilidad de vengar ese infierno que empezó aquel día. Luego de superar un largo tiempo de rehabilitación, tenía que soportar ahora la horrible figura que siempre le devolvía el espejo y las miradas de terror que provocaba en la gente.
Se dirigió al saloon caminando lentamente y antes de abrir la puerta para entrar al recinto, desenfundó su arma. Sabía que el sheriff estaría prevenido y era muy rápido con el revólver. En el instante previo a empujar la puerta para entrar, volvió a experimentar la misma indignación de aquella vez cuando dijo que renunciaba y luego esa sensación de que el mundo giraba fuera de control, hasta que finalmente despertó en el hospital. Entonces, al entrar repentinamente y ver al sheriff sentado en un rincón, lo llamó y al girar éste la cara sorprendido, accionó el gatillo a una vertiginosa velocidad y con gran precisión.
En el saloon sólo se escuchó ese imprevisto disparo que le atravesó la cara al sheriff, de la misma manera que éste lo había hecho antes con la suya. Su cuerpo quedó tumbado en la mesa con la cara destrozada y empapada en sangre, mientras todavía sostenían los naipes con su mano izquierda y su pistola a medio desenfundar en la otra. El mundo fuera de control ya había comenzado a girar para él, mientras los atemorizados amigos que lo rodeaban, se preparaban para trasladarlo apresuradamente al mismo hospital de aquella ciudad cercana, donde habían atendido al ayudante.
 

 

 

 

 

 

 

Concurso Círculo de Escritores de Relatos de Cowboys.

Publicado en el libro: El extraordinario oeste. México. Octubre 2015.

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