Con
su porte desaliñado, Don Quijote de la Mancha cabalgaba en ese
caluroso día de verano con su caballo Rocinante, acompañado por su
fiel escudero Sancho Panza que montaba en un asno.
― La
ventura ha guiado nuestro camino, porque allí adelante, amigo
Sancho, hay unos desaforados gigantes a los que pienso dar batalla ―,
dijo el Quijote, preparándose con su espada para arremeter a todo
galope contra ellos.
― Mire
vuestra merced que aquellos no son gigantes, sino molinos de viento
―, le contestó Sancho.
Entonces,
el caballero de la triste figura miró nuevamente y recapacitó.
― Tienes
razón Sancho, me había olvidado que estamos en el siglo veintiuno y
que esos molinos de viento son gigantes buenos, porque generan
electricidad y la distribuyen a ese pueblo que se ve a lo lejos.
―,
dijo el Hidalgo con una sonrisa.
Y
diciendo esto, se acercó a los molinos, y los saludó con una
reverencia. Al sentir el viento fresco de los molinos sobre su
cuerpo, lo reconfortó en ese sofocante verano, pero ocurre que el
aire que difundían se fue enfriando cada vez más.
Fue
en ese momento que el ingeniero especialista en energía eólica que
había estado leyendo en la cama el libro del Quijote durante la
noche, se despertó completamente destapado, tiritando de frío en
medio de las sábanas revueltas. Entonces, se levantó para cerrar la
ventana por donde penetraba el aire fresco de la tormenta de verano
que se avecinaba en la madrugada. Esa historia reencarnada en su
sueño, lo había dejado maltrecho.
Finalista
IX Concurso de Cuentos cortos. Surcando el viento.
Incluido en el libro: Contra viento y marea.
Creatividad
Literaria. España. Abril 2024.