Cuando
veo la foto del árbol de Navidad con la chimenea encendida que es
típica de las celebraciones de los países europeos, mis
pensamientos se remontan a mi infancia en Buenos Aires, donde esas
fiestas son en verano y por esas chimeneas que estaban apagadas mis
padres me decían que entraba Papá Noel con sus regalos.
Recuerdo
que
cuando
yo tenía cinco años, en la Nochebuena no quise dormir para esperar
a Papá Noel, porque quería pedirle que me regale una bicicleta en
lugar de un rompecabezas. Esa noche mis padres con todos los
parientes y amigos estaban reunidos en el living, donde al lado de la
chimenea apagada habían instalado un gran árbol de Navidad
hermosamente decorado.
Luego
que todos celebraran y brindaran por la Navidad, entre cohetes,
petardos y cañitas voladoras, mi madre me pidió que me vaya a
dormir a mi habitación. Allí me escondí detrás de la cortina de
la ventana y aguanté el sueño algunas horas, hasta que se fueron
los últimos invitados y
por fin se hizo el silencio en la casa.
Para
aquella Navidad le había escrito a Papá Noel en una carta que me
ayudó a redactar mi madre, que quería un gran rompecabezas para
armar que había visto en una juguetería. Pero en la mañana del
veinticuatro cuando la acompañaba en las compras en el Centro
Comercial, me paré de golpe al llegar a un stand de ventas de
bicicletas, impactado por una maravillosa bicicleta para niños que
allí se exponía. Los manubrios y los rayos de las ruedas eran
cromados y tanto el cuadro como los guardabarros estaban pintados de
un delicado color blanco. Llevaba protección en la cadena y una
bocina para llamar la atención a la gente.
Me
había quedado parado durante un tiempo observándola muy ansioso,
mientras mi madre me miraba muy impaciente. Cuando quise contarle que
había cambiado mis deseos del rompecabezas por aquella bicicleta,
ella algo enojada, me dijo que estaba muy apurada y no quiso
escucharme. Prácticamente tuvo que arrastrarme para que la siguiera.
Entonces, pensé que no le diría nada porque ya era tarde para
mandarle una nueva carta a Papá Noel y decidí esperarlo para
pedírsela directamente cuando entrara en el living en esa misma
Nochebuena.
Lo
cierto es que en esa noche no conseguía mantenerme despierto. Entre
sueños pensaba
que Papá Noel ya habría puesto el rompecabezas en su bolsa y tenía
pocas esperanzas que tuviera también allí una bicicleta que pudiera
darme. De repente, escuché un ruido, me levanté y mire por la
ventana, y allí estaba: … ¡Era Papá Noel! Y entonces, pude ver
al simpático
gordito barbudo
de traje rojo, barba blanca y mejillas rojas, transportado por renos
alados con su bolsa de juguetes.
Cuando
observé que entraba por
la chimenea, me
levanté rápidamente y fui corriendo hacia el living, donde lo
encontré sonriendo con su bolsa en la mano. Le expliqué que me
había arrepentido de la carta que le había enviado y que en lugar
del rompecabezas quería la bicicleta que había visto en el Centro
Comercial. Papá Noel me escuchó en silencio y pensativo, cuando
repentinamente miró sorprendido y muy serio algo que había detrás
mio. Al volverme, observé que el árbol de Navidad tomaba la
forma de un monstruo con ojos brillantes que se me acercaba
lentamente. Completamente asustado, volví corriendo hacia mi
habitación.
Me
desperté en las penumbras del amanecer
con grandes expectativas y a pesar del miedo que todavía tenía,
traté de ir lo más silenciosamente posible al salón, para no
despertar a mis padres. Miré las tarjetas colgadas en los paquetes y
allí, desilusionado, perdí todas mis esperanzas cuando encontré el
rompecabezas que le había pedido en mi carta. Entonces, me puse muy
triste y me vinieron muchas ganas de llorar.
Pero
al girar la cabeza, escondida al costado del árbol de Navidad, pude
ver aquella maravillosa bicicleta deseada, con una tarjeta que
después mi madre me leyó: “Te has portado muy bien y además del
rompecabezas quise premiarte con una bicicleta, firmado Papá Noel”.Y
entonces, una alegría inmensa me embargó y mucho más, cuando al
darme vuelta, descubrí a mi madre que estaba parada detrás mío muy
sonriente y a la que muy emocionado corrí a abrazar.
Hoy
después de tanto tiempo, cuando llegan las Navidades y veo esas
fotos, estos recuerdos llenan de nostalgias mi alma, porque aquella
inocencia de mi niñez, junto con mi madre, ya se han ido, como se
van las noches con sus sueños.