Mientras caía la tarde
caminando por las calles de un pueblo desierto, miraba el deterioro
de sus casas abandonadas. Cuando detuve mi paso al llegar a una
esquina, presentí como que los espíritus de los antiguos habitantes
que habían vivido allí, me espiaban desde las ventanas. Al
internarme por las veredas rotas en un largo y angosto pasaje,
parecía que en ese silencio profundo, estaba en un lugar del otro
mundo que el siglo pasado había dejado olvidado.
Al desembocar en un terreno descampado, aparecieron a lo lejos ante mis ojos las chapas oxidadas de una estación de tren, con su andén desolado, como si fuera una vieja foto opacada por el paso del tiempo, habitado seguramente por fantasmas que se habrían negado a partir. La vieja estación aparecía iluminada tras unos solitarios árboles por el sol en el ocaso y entre los pocos pastos que la rodeaban, asomaban ocultas tras unas piedras, unas viejas vías oxidadas.
Repentinamente y en medio de ese silencio, creí escuchar montado en una suave brisa, el eco lejano del estampido de unos disparos y un angustioso grito de “¡No clausuren el tren!”. Y en ese momento, me pareció que desde otro cielo muy distante, resonaba mágicamente en mis oídos el clamor de la lucha de ese pueblo por subsistir, tratando de que no levanten el servicio ferroviario. Era como si ese grito desesperado, aún permanecía suspendido en el tiempo y el espacio, en esa estación derruida.
Al desembocar en un terreno descampado, aparecieron a lo lejos ante mis ojos las chapas oxidadas de una estación de tren, con su andén desolado, como si fuera una vieja foto opacada por el paso del tiempo, habitado seguramente por fantasmas que se habrían negado a partir. La vieja estación aparecía iluminada tras unos solitarios árboles por el sol en el ocaso y entre los pocos pastos que la rodeaban, asomaban ocultas tras unas piedras, unas viejas vías oxidadas.
Repentinamente y en medio de ese silencio, creí escuchar montado en una suave brisa, el eco lejano del estampido de unos disparos y un angustioso grito de “¡No clausuren el tren!”. Y en ese momento, me pareció que desde otro cielo muy distante, resonaba mágicamente en mis oídos el clamor de la lucha de ese pueblo por subsistir, tratando de que no levanten el servicio ferroviario. Era como si ese grito desesperado, aún permanecía suspendido en el tiempo y el espacio, en esa estación derruida.
Me gustó.
ResponderEliminarMe gustó su cuento. Le mandé solicitud de amistad porque le gusta el ajedrez, la literatura y su película favorita es también la mía.
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