martes, 30 de mayo de 2017

Empezar una nueva vida

El anciano era uno de los enfermos que estaba internado en el sanatorio con la mirada perdida, balbuceando palabras incoherentes. Cuando lo fue a visitar su nieto, el médico le comentó que si seguía así, su vida se dirigía hacia un camino sin retorno. Pero él en realidad había ido a verlo por otro motivo, dado que le importaba muy poco su salud.
Había considerado que era el momento de aprovechar la oportunidad para comenzar una nueva vida y tomó sin ser visto las llaves de la casa que su abuelo tenía guardadas en un bolso junto a su cama. Ya estaba anocheciendo cuando se dirigió a la desvencijada casa frente al parque donde vivía, con el fin de sustraerle el dinero que sabía que tenía escondido. Como estaba abandonada y sin luz interior, buscó entre las penumbras el lugar que intuía y encontró con una alegría inmensa un maletín oculto en un hueco de la pared, detrás de un mueble.
Era una suma considerable y pensaba con ella pagar todas sus deudas de juego y empezar una nueva vida, donde no existieran esas amenazas de muerte que permanentemente lo rondaban. Miró el fajo de dinero y estimó que deberían ser más de treinta mil dólares. Al salir de la casa con el maletín en la mano se sentía contento, tenía veinticinco años y estaba por cumplir los veintiséis y ya estaba listo para  iniciar una  nueva etapa de su vida.
Al atravesar el parque caminando lo inquietó la oscuridad de la noche y tuvo la impresión de que aquella era una jungla, en la que los mafiosos del juego se agrupaban en las ramas de los árboles como fieras dispuestas a saltar sobre su presa. Al cruzar la autopista que lo circundaba, estaba ansioso por poder acceder a su pequeño departamento ubicado en el centro de la Ciudad, que había prestado a un amigo hasta la medianoche para una aventura amorosa.
Mientras allá arriba el circular de los automóviles retumbaba en sus oídos, tenso y expectante con todo ese dinero en el maletín, se dirigió caminando rápidamente por una calle lateral tenuemente iluminada, hasta que desembocó en un parque de diversiones. Entonces se paró en la vereda mirando las luces que resplandecían y para hacer tiempo decidió entrar en él, donde había numerosas personas con chicos en los juegos mecánicos y diversos entretenimientos.
Fue allí que se paró para observar a un hombre viejo, alto y delgado con una túnica negra, que subió a una plataforma rodeada por muchas personas. El viejo colocó su sombrero en el suelo para las donaciones, sacó un reloj de su bolsillo y con una voz fuerte de barítono, señalándolo directamente a él, le dijo de pronto a los presentes:
― Si hay un Dios, le doy sesenta segundos para que mate a ese señor que esta parado allí atrás sosteniendo ese maletín ―. Al escuchar esas palabras  quedó estupefacto y paralizado, sin poder atinar a nada, mientras sentía las miradas punzantes de todas las personas cuyos rostros se habían vuelto hacia él. En medio del silencio solo se escuchaba el tic-tac del reloj, mientras el viejo contemplaba el cielo estrellado con las manos en alto.
Cuando pasó el minuto, el viejo guardó el reloj pausadamente y le dijo a todos los presentes mirándolo a él:
― Con eso se acaba el mito del Dios todopoderoso ―. Fue en ese momento  que recién comenzó a reaccionar, entre el murmullo de admiración de la gente y el ruido de las monedas que caían en el sombrero.
Mientras el viejo lo miraba sonriente, se retiró enfurecido de allí, pensado que había sido un estúpido al dejarse usar de esa manera y por otra parte, que era muy fácil poder engañar a la gente inocente de la Ciudad. Siguió caminando por la calle hasta que finalmente llegó al centro, entre muchas personas que circulaban apretujadas envueltas en luces de vidrieras y marquesinas.
De pronto al divisar un cine, le pareció una buena idea entrar para descansar de la caminata y esperar tranquilo hasta la medianoche. La sala estaba vacía y contemplando las filas de asientos pegados al piso, se sentó en una butaca cerca del pasillo. Mientras esperaba el inicio de la función, sintió que entraron varias personas más que se sentaron en los asientos de atrás, hasta que finalmente las luces se fueron apagando lentamente y el sonido comenzó a elevarse cuando se inició el noticiero.
Después de un tiempo que comenzó la película, sintió que alguien se sentaba en la butaca lateral a la suya. Cuando lo miró quedo completamente sorprendidos al ver que era el mismo viejo que había visto en el parque de diversiones, quien al instante le puso el brazo sobre el respaldo de su asiento.
― Entrégame el maletín ―, le dijo mientras sus dedos se crispaban sobre un revólver que apoyaba sobre su espalda.
Entonces, sintió una furia ciega que brotaba de su interior. Una marea que nacía de lo más íntimo de su ser y que lo arrastraba hacia las negras profundidades de ese abismo insondable en el que estaba sumergida su vida. Los segundos pasaban y estaba decidido a resistirse antes de entregar aquello que iba a cambiar el destino de su vida. Ya estaba por proferir un grito para alertar a la gente que estaba mirando la película, cuando el brazo armado se tensó, y se oyeron dos disparos que poblaron la sala de extraños ecos. Luego el viejo tomó el maletín y desapareció  rápidamente del cine.
Una mancha de sangre fue creciendo alimentada por cada uno de los orificios que tenía en la espalda y que le producían un intenso ardor. Finalmente, mientras su cuerpo semiinconsciente iba cayendo lentamente de la butaca, pensó con una mueca postrera, que el Dios todopoderoso había tardado algo más para mostrar que existía. Y la máscara de la muerte que había comenzado a grabarse en su rostro, fue lo primero que notó el acomodador del cine cuando llegó corriendo con su linterna en la mano.








Seleccionado I Convocatoria de Relatos La Sirena Varada. 
Tema policial. Incluido en el Nº1 de la Revista Literaria.
México, Mayo 2017.

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