lunes, 26 de abril de 2021

Asombrosa demolición

A mediados del siglo veinte, sus padres que eran escritores republicanos vascos, tuvieron que huir hacia la Argentina, junto con su hermanita, que estaba en las entrañas de su madre. Con sus tristezas y nostalgias, volvieron a empezar una nueva vida con sus dos pequeños hijos, lo que les significaron muchos sacrificios y privaciones. Ya establecidos en Buenos Aires, sus padres, con perseverancia y trabajo habían logrado publicar con éxito algunos de sus libros, lo que les permitió subsistir y hacerse de cierto capital. Luego, aprovechando la bonanza económica de esos años y con un crédito hipotecario, habían construido esa casa. Ellos querían mantener su identidad en ese nuevo mundo, pero conservando su hogar con sus tradiciones e idiosincrasias.

El edificio era una pintoresca casa etxea, de diseño rural, que estaba emplazado con sus fachadas de piedras, frente al hermoso Parque Avellaneda. Sus vigas de madera y sus puertas y persianas, habían sido pintadas algunas de color verde y otras rojas, que daba a la casa una apariencia típicamente vasca. Sus padres habían estado estrechamente conectados a esa casa, que para ellos significaba mucho más que una simple vivienda. Se trataba del espacio donde se llevaba a cabo buena parte de sus actividades diarias y en la que su familia estaba unida.

-“¿Que habrá sido de todo aquello?”- se preguntaba ahora, al volver allí después de tanto tiempo. Al fallecer sus padres y recientemente su hermana que vivía allí,  él que era escritor y residía en Bilbao, había retornado con el objeto de ponerla en venta. El edificio que había sido parte de su juventud tenía las huellas imborrables del paso del tiempo. Cuando comenzó a recorrer con curiosidad la casa en la actualidad, desde el portal enrejado de la calle, le llegó una ráfaga de aire fresco con olor a eucaliptos, del parque emplazado justo frente a la casa.

Sobre el patio de atrás el sol entraba a raudales, permitiendo que todos los rincones quedaran descubiertos ante sus ojos. Era una extensión del parque dentro de la casa, poblado de variados frutales como limoneros, pomelos, mandarinas, naranjos y ciruelos. Algunas plantas floridas y matas silvestres, daban a lo que antaño fuera una hermosa huerta, una fisonomía multicolor. Su padre y su madre, con sus delicadas manos de escritores, la habían cultivado en los primeros tiempos y era una fuente suplementaria de verduras frescas y especias naturales. Ellos habían reencontrado en esa casa etxea tan lejana de su pueblo natal, el espíritu necesario para el normal funcionamiento de la familia, su afincamiento y crecimiento.

Observó luego el jazmín que cobijaba y perfumaba parte del patio, debajo de la cual inspiraba sus poesías su madre. Sus prosas eran parte de la melodía que fluía en torno de él como un torrente cristalino. Todavía le parecía recordar aquel perfume del dulce de ciruelas, que ella misma preparaba con los frutos de las plantas de la casa. Y entonces, encontró una vieja mecedora, se sacó el pulóver, y se recostó en ese patio con aroma a jazmín, en ese hermoso atardecer de primavera, sintiendo el gorjeo de los pájaros. Y así rememorando todo aquello y completamente inmerso en aquel ensueño, se encaminó hacia la puerta de calle. Por la vereda, transitaban algunas personas y en el pavimento empedrado, un automóvil pasó raudamente frente a él. Los terrenos de las casas linderas tenían jardines bien cuidados, rodeados por todo el verde de aquel inmenso parque de Buenos Aires.

Repentinamente, ocurrió algo asombroso. Apareció una cuadrilla de hombres musculosos, provistos de palas, picos y algunas escaleras, que habían sido trasladados en un camión provisto de una grúa. El capataz se presentó y le dijo que debían comenzar inmediatamente la tarea de demolición, porque allí se construiría una autopista y le mostraron una orden judicial que les autorizaba a intervenir. Él trató de impedirles la entrada, intentando persuadirlos, pero nadie quiso escucharle. Cuando comenzaron con la destrucción, estremecido por la desesperación en lo hondo de su espíritu, buscó un desahogo y atinó a gritar, pero por más que quiso gritar, su boca estaba como paralizada y no podía emitir sonido alguno. La grúa del camión levantó una enorme bola de acero y comenzó a librar enfurecida la batalla, golpeando intermitentemente sobre las paredes.

La casa sentía dolor y se podía notar que una por una, las resistencias de los materiales que se enfrentaban al ataque se desplomaban. Los pedazos de piedras y maderas del techo volaban por el aire e impactaban ruidosamente en el suelo. Podía ver, como los muros enmohecidos por el paso de los años, caían destruidos por los inexorables piquetes. De pronto, percibió como que unas incipientes penumbras lo rodeaban y comenzó a sentir frío, mucho frío…

Fue en ese instante que se despertó en la mecedora ya en el fresco del anochecer y se sentó como impulsado por un resorte, respirando agitadamente, mientras el corazón en el pecho le latía con fuerza. Estaba exhausto, porque el realismo de ese sueño lo había dejado maltrecho. Se abrigó con el pulóver y poco a poco comenzó a recuperarse de los efectos de esa pesadilla que había tenido.

Finalmente y ya más calmado, un suspiro de alivio lo invadió, cuando como si fuera un milagro, surgieron en su subconsciente aquellas hermosas estrofas de Gabriel Aresti que siempre le recitaba su madre: “Me moriré, se perderá mi alma, se perderá mi prole, pero la casa de mi padre seguirá en pie”. Entonces se le humedecieron los ojos y mágicamente en su alma comenzó a sentir en su verdadera magnitud, el amor que tenía por esa casa, que era un lazo de identidad indisoluble que lo unía con sus padres.

Ese sueño asombroso fue una premonición, porque luego de un análisis profundo del futuro de su vida y con el acuerdo de su familia que residía en Bilbao, tomó la decisión de no vender la casa etxea de sus padres. Y allí vive ahora muy feliz escribiendo en ella, rodeado por un agradable aroma a eucaliptos, acompañado de su esposa y sus dos pequeños hijos vascos.



1º Premio. VII Concurso de Relatos Asombrosos. 

Tema Historias de familia .

Biblioteca Popular Atahualpa Yupanqui,

Casa Vasca de Corpus. Misiones. Argentina. Septiembre 2015.

1 comentario:

  1. esto me pasa ami cuando pienso en irme ymiro mi casa y no quiero dejarla.tu cuñado

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