viernes, 22 de mayo de 2020

Lágrimas de recuerdos

Lloran las nubes del cielo
lágrimas de mis recuerdos,
y al derramarse sus gotas
mi mente van torturando.

Mientras la lluvia acompaña
a mi triste soledad,
esas gotas desdichadas
a mi alma van angustiando.

Como la lluvia no para
busco olvidar el pasado,
mas las lágrimas del cielo
penas me van recordando.
















Finalista V Concurso de Poesías. Lluvia de abril. 
Publicado en el libro:Confinados. 
Tu Concurso Literario. España. Mayo 2020

Lluvia de otoño

Todos los días el niño debía atravesar un inmenso parque arbolado para llegar al puesto donde colaboraba repartiendo diarios, a fin de ayudar al sustento de su madre. En esa mañana lluviosa y fría de otoño el parque estaba vacío y esa soledad teñida de gris, rodeaba la tristeza de su vida.
Como lo hacía habitualmente, se detuvo a mirar bajo una persistente llovizna, la figura de una mujer con los brazos extendidos como pidiendo ayuda al cielo, que estaba tallada en un enorme tronco de un árbol seco, y que al niño le parecía que representaba la imagen de su madre.
Pero al reiniciar nuevamente su marcha, de repente cesó la lluvia, y al apartarse las nubes, comenzó a asomar el sol por entre las pocas hojas raídas y desgastadas que todavía pendían de los árboles. Entonces detuvo sus pasos sorprendido, observando como comenzaban a aparecer en el cielo los colores del arco iris.
Los senderos serpenteados del parque que antes se habían mostrado oscuros e intrincados, aparecían ahora como por un encanto iluminados y majestuosos, mientras comenzaban a escucharse los alegres cantos de los pájaros. Las numerosas hojas secas caídas en el suelo se despertaban de su letargo y se cubrían de colores, en tanto aquella figura de madera se impregnaba de belleza, al ser iluminada por la luz del sol.
Y en esos momentos de fascinación, era como si la vida del niño también hubiese escapado milagrosamente de ese otoño gris, donde había estado sumergido hacía solo unos instantes.













Finalista V Concurso de Cuentos breves. Lluvia de abril.
Publicado en el libro:Confinados.
Tu Concurso Literario. España. Mayo 2020.

Escribir poesías

Si el amor te dejó heridas
escribir es para el alma,
un buen bálsamo que calma
depresiones producidas.
Si las penas que no olvidas
te torturan cada día,
escribe una poesía
con todo tu sentimiento,
que es un buen medicamento
para la melancolía.















Mención del Jurado VI Concurso de Décimas. Un libro, una vida. 
Publicado en el libro: Hojas de un libro. 
Mundo Escritura. España. Mayo 2020.

Cuando llegue el final

Si llega el fin según las teorías
cuando nuestro planeta se caliente,
despediré a las flores y la gente
con apesadumbradas melodías.

Será un buen consuelo para esos días
donde la bruma sea permanente,
y ya el amor deje de estar latente
que nos acompañen las poesías.

Algunos descreen con esperanza,
mas a mi alma no llega esa emoción
porque ese final no es un desatino.

Y como el calor en el mundo avanza,
nuestro futuro no tiene otra opción
que la de ir hacia ese fatal destino.














Finalista VI Concurso de Sonetos. Un libro, una vida.
Publicado en el libro: Hojas de un libro.
Mundo Escritura. España. Mayo 2020.

Inspiración en la noche

Sentado en un banco del parque, el poeta veía como el sol de la tarde iba cayendo en el ocaso, cuando tuvo deseos de escribir una poesía. Pero él sabía que su inspiración todavía debía esperar, inmersa en la soledad de su existir. Y luego que el sol agonizara entre las sombras y se encendieran las farolas, su inspiración renació como todas las noches, bajo la luz de la luna.
 








Finalista VI Concurso de Minicuentos. Un libro, una vida. 
Publicado en el libro: Hojas de un libro. 
Mundo Escritura. España. Mayo 2020.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Alcanzar la meta

Busca mantener siempre
la voluntad de lucha
para alcanzar tu meta.
Y si acaso tropiezas,
trata de levantarte
reiniciando la marcha.
Así irás escalando
peldaño por peldaño
después de cada día.
















Finalista V Concurso de Micropoesía. El presente es nuestro. 
Publicado en el libro: Encrucijada. 
Concursos Literarios en Español. España. Mayo 2020.

martes, 19 de mayo de 2020

Palabras y más palabras

Al terminar el partido de fútbol del equipo de nuestro país, los periodistas deportivos decían en la televisión que la evidencia había estado allí, frente a la pantalla. Un cuatro a uno habría sido el resultado lógico, porque el mundo entero había visto esa demostración de calidad y los goles que perdimos. Pero nos derrotaron uno a cero y por más palabras y palabras que se alzaran contra la injusticia del destino, los tristes televidentes pensábamos que el fútbol no reconoce méritos sino goles.
 












Finalista V Concurso de Microrrelatos. Letras y más letras.
Publicado en el libro: Secretos.
El Muro del Escritor. España. Mayo 2020.

Pelota de voley

En estos cuatro años interminables
dibujaste mi cara con tu sangre,
y al dotarme con el don de la vida
me adoptaste como tu amigo Wilson.

¡Cuantas cosas he aprendido de ti!
Hicimos fuego para subsistir,
logramos agua dulce y alimento,
y una caverna para protegernos.

Aprendí que del valor de las cosas
solo es importante su utilidad,
y que se suele llegar a la muerte
no en la vejez, sino con el olvido.

Que no hay que darse nunca por vencido
ante la impotencia y la desventura,
ya que siempre surgen las esperanzas
para enfrentar flaquezas y temores.

Dios mío, si yo consiguiese hablar
no podría dejar de agradecerte,
pero de mucho no me han de servir
perdido ahora en este mar bravío.















Finalista VI Certamen de Poesías. Lluvia de letras.
Publicado en el libro: Desde casa.
Letras como Espada. España. Mayo 2020.

sábado, 16 de mayo de 2020

Alma española

En las penumbras del anochecer añoraba su niñez, junto a algunas compañeras que reposaban muy felices a su lado. Sin embargo ella ahora estaba triste, porque el mundo había comenzado a desdeñarla virtualmente, programando sistemáticamente su olvido y así, año a año, su presencia se había ido empañando lentamente.
En ese momento, advirtió en la oscuridad de la biblioteca que se abría la puerta y al filtrarse unos pequeños rayos de luz apareció él, bañado por un resplandor extraño. Era el caballero de triste figura, que con su porte desaliñado se acercó y la descubrió al comenzar a escudriñar ansioso el lugar. Estaba señalada en un cartel que indicaba la nacionalidad española de los libros de unos estantes.
Con la mirada señera, al verla sobresalir entre sus acompañantes con su hermoso moño, le sonrió cariñosamente. Entonces, cuando percibió como en un ensueño la halagüeña voz del hidalgo, toda su existencia se acuñó en el paraíso y 
la ciñó totalmente una sensación de placer que desde antaño no experimentaba, mientras su alma se adueñaba de la esperanza. 
Querida dulce eñe, no temas, porque esta vez sí que venceremos a los molinos de viento. Tú nunca desaparecerás porque eres la enseña de nuestro idioma español.  ¡Daremos batalla contra ese gigante globalizado! 



 


lunes, 11 de mayo de 2020

Viaje en tren

Había decidido escaparse por unos días de la casa de su hijo y en una agencia sacó un pasaje de tren, con destino a un centro turístico con aguas termales. La partida era en la vieja estación del pueblo en que vivía y se encaminó lentamente hacia ella. Ese día al caer la tarde, le mintió a su hijo, diciéndole que iba a una reunión importante de jubilados que había convocado el cura del Pueblo. Le dijo que como se le haría tarde, se iría a dormir a la casa de una amiga que vivía al lado de la Iglesia.
La vieja iba muy elegante con sombrero, vestido oscuro de encaje, aros, un prendedor de oro puro y en la mano izquierda que tenía dos alianzas de viuda, llevaba una pequeña maleta. De las arrugas de su rostro, emergía una pequeña nariz y una boca que en tiempos de juventud debía haber sido sensual. Mientras aguardaba el tren en el andén, miraba ensimismada la estela de rieles de hierro, paralelos e inacabables, apoyados sobre olas de balastos y durmientes. Un cartel le indicó que el tren por llegar venía atrasado.
Se sentó en un banco de esa humilde estación añorante de limpieza, mientras un perro de escuálida estampa, recorría el andén en busca de su porción diaria. Durante la espera fue hacia los baños, que se destacaban por sus sucias puertas, donde algunos inadaptados se sentían poetas. Por fin, después de tanto esperar y ya anocheciendo, vio a lo lejos aparecer al tren con sus faros encendidos, que terminó entrando lentamente en el andén de la estación. Antes de subir, la vieja se persignó y ascendió al vagón con cierta dificultad y se acomodó en el asiento asignado en el boleto. Luego del silbato de mando, el tren ya iba a comenzar a arrancar, cuando súbitamente subió al tren una joven hermosa, alta, rubia y delgada, que se sentó frente a su asiento, brindándole una sonrisa.
Cuando la locomotora se puso en marcha, el vagón dio una sacudida, las ruedas se pusieron en movimiento y comenzó la partida. La vieja se sorprendió, porque no esperaba que el tren fuera en esa dirección, y se encontró sentada de espaldas al avance del mismo.
¿Quiere cambiar de lugar conmigo?—, le dijo en forma muy atenta la joven mujer que se había sentado frente a ella, al ver su confusión.
La vieja rechazó el ofrecimiento con delicadeza, le dijo que a ella le daba lo mismo y le agradeció su amabilidad.
Al dejar la estación, el tren lanzó un gemido y parecía un león rugiendo cuando comenzó a atravesar los aledaños del pueblo. Se mantuvo en silencio, entregada al ruido cadencioso del tren. Cuando miraba por la ventanilla, veía a lo lejos en la noche, árboles oscuros agitarse sin fin, bajo el claro resplandor de la luna que ya había aparecido en el cielo.
La vieja, observaba de reojo en forma discreta a esa mujer seductora sentada frente de ella y sin proponérselo, admiraba a esa joven, que le recordaba sus días de juventud. De vez en cuando, como una autómata, se tocaba nerviosa el prendedor de oro, miraba los anillos de sus dedos y espiaba el reloj, más para observar si estaba la gruesa placa de oro, que para ver la hora.
Luego de un largo rato, fingió que leía un libro. No quería aparentar que estaba viajando sin haber avisado nada a nadie. Pensaba que Dios le había dado salud para viajar y también estaba bien de la cabeza, no hablaba sola y ella misma se bañaba todos los días. Estaba convencida que las aguas termales la revitalizarían. Su ideal era ser dama de compañía de alguna señora, pero nadie le creería fuerte, y con sus setenta y ocho años, seguramente le dirían que era vieja y débil para esa función. Le deprimía pensar que no servía para ninguna tarea y que no tenía ya nada que hacer en este mundo.
En el asiento de atrás, dos mujeres hablaban y hablaban sin parar. Sus voces constantes y fastidiosas se fundían con el ruido de las ruedas del tren y de las vías. Estaba algo inquieta, y de pronto la mujer bonita sentada frente a ella, sin echar mirada alguna, corrió un poco la cortinilla de la ventanilla de su lado y como un ser prendado de la luna, miró hacia el cielo estrellado.
La vieja le consultó qué hora sería, como para hablar algo y ella le contestó que alrededor de las nueve de la noche.
¿Va muy lejos?—, le preguntó nuevamente a su joven compañera, como forma de tratar de entablar una conversación.
No muy lejos, le contestó ella y se quedó pensativa mirando distraídamente por la ventanilla. Luego hizo un largo silencio.
Le pareció que la joven bonita que le ofreció cambiar el asiento, no tenía interés en conversar. En realidad, a nadie le gustaba conversar mucho con ella. Aún cuando estaba junto a la gente, nadie parecía interesarse de su existencia.
A fin de cuentas, ella no tenía la culpa de ser vieja y no podía detener el tiempo, pensaba, mientras simulaba leer el libro.
Las mujeres de atrás se habían quedado dormidas y en esa marcha monótona, durante algunos momentos de distrajo mirando por la ventanilla, donde iban apareciendo conformados ante su vista, los campos oscuros, la luna y el cielo estrellado. A cada silbato emitido por el tren, le parecía que ellos les respondían como un eco lejano.
De pronto, inmersa en el aburrimiento y ese traqueteo constante y permanente, le atacó el sueño y volvió a encontrarse en aquella vieja estación con las vías llenas de empalmes, viendo a distancia la luz de la locomotora que avanzaba hacia ella. La angustia asomó en su sueño, cuando dudaba si a último momento tomaría uno de los desvíos y la máquina se le viniese encima.
Mientras la vieja se encontrada sumergida en esos sueños, las notas aflautadas de la locomotora, anunciaron cerca de la media noche, la llegada a la primera estación. Al entrar el tren en el andén, lanzó un silbato, como si fuera un gemido, prolongado y lastimero.
La mujer joven y bella se incorporó y se mantuvo un tiempo parada como buscando algo. En tanto, las mujeres del asiento de atrás, que se habían despertado, reanudaron su molesto parloteo sin prestarle la menor atención. Finalmente, la joven tomó la maleta y se bajó en esa estación. Mientras sucedía todo esto, la vieja dormía profunda y apaciblemente, con la cabeza recostada bajo el sombrero y una mano cerrada sobre el libro.
Cuando la joven mujer descendía rápidamente del tren, le atacó un dejo de temor. Pensaba en la imagen del rostro espantado que tendría la anciana si en esos momentos se llegara a despertar y buscara sus joyas y su maleta, frente a su asiento vacío. Seguramente el estruendoso alarido que proferiría alarmaría a todo el tren.
Por suerte para ella la vieja no se despertó y mientras se alejaba prestamente, respiró aliviada al escuchar el silbato del tren indicando que ya partía de la estación.
 





Seleccionado Concurso de relatos de viaje.
Publicado en la antología del concurso.
Moleskin.es. España. Abril 2013.

viernes, 8 de mayo de 2020

El presagio

Conduciendo su automóvil al caer el sol en esa tarde calurosa de verano, veía como el pavimento se extendía en el horizonte hasta la unión que consumaban el cielo y la tierra. A ambos lados de la ruta, los desolados terrenos con pastizales estaban azotados por un cálido y fuerte viento.
Dentro del habitáculo del coche con aire acondicionado, el conductor sonrió pensando que su automóvil avanzaba con la tenacidad de una bestia hambrienta persiguiendo una invisible presa, mientras el pasacasette reproducía una canción de Serrat y la computadora del tablero indicaba una temperatura de 35°C en ese atardecer estival, y a pesar de que iba a unos 150 kilómetros por hora, le parecía que circulaba a paso de hombre.
La soledad reinante le permitía disfrutar de un manejo tranquilo y distendido, ya que no tenía que sobrepasar a otros vehículos. Pero comenzó a sentir una leve inquietud al comprender que era el único ser humano a la redonda librado a su propia suerte, mientras miraba fascinado hacia adelante el ondulante espejo de agua que producía el clásico ilusionismo en esa carretera recalentada por los rayos del sol .
Había planificado el viaje con mucho cuidado, teniendo en cuenta cada mínimo detalle para poder disfrutar de una agradable estadía, reservando una habitación en un pintoresco hotel ubicado frente a unas hermosas playas que daban al mar. Eran unas vacaciones que tenía pendiente desde hacía mucho tiempo, postergada por asuntos de trabajos que requerían cierta prioridad o urgencia
En un momento dado del trayecto descubrió que la tarde se estaba haciendo noche y encendió las luces del auto por costumbre, más que por necesidad. Pensó que todavía le faltaban más de dos horas para llegar a su destino de descanso frente al mar. Afuera, las primeras estrellas brotaban en el cielo inmerso en esa calma agradable y al adormilarse por unos segundos cerró los ojos y al abrirlos, vio una mancha oscura de un animalito que se le iba a cruzar en la trayectoria del vehículo. Al querer esquivarlo por efecto de la alta velocidad que llevaba, comenzó a deslizarse peligrosamente hacia la banquina.
Por suerte, luego de una gran confusión de movimientos volvió al camino y cuando recuperó el control del coche, pensó que no era bueno manejar solo y mientras se normalizaba su respiración y los latidos de su corazón, comenzó a sentir en su subconsciente el presagio de que algo malo lo estaba asechando en ese viaje.
Estaba anocheciendo y las nubes tenían los bordes dorados por el reflejo de la luz crepuscular, y poco tiempo después, mientras la música de Serrat volvió a acariciarlo y la oscuridad parecía tragar el automóvil, surgieron ante sus ojos a lo lejos dos misteriosas luces rojas. Extrañamente no coincidían con la línea recta del camino, más bien parecían estar sobre el campo y a veces daba la impresión que no tocaban el piso, como si estuvieran en el aire.
El resplandor de un rayo en el cielo le anunciaba que se dirigía hacia una tormenta. Al poco tiempo el sonido de las gotas de lluvia sobre el techo del coche, reemplazó la música del casette, mientras las nubes borraron las estrellas y el ruido de un trueno desgarraba la noche. Aunque la tormenta comenzaba a ser intensa y apenas alcanzaba a ver unos pocos metros adelante, pensó que solo le quedaba una hora de viaje y no valía la pena parar.
Distorsionadas por la lluvia, alcanzó a divisar nuevamente a lo lejos las dos luces rojas que brillaban intensamente y que por momentos desaparecían en el horizonte. Entonces volvió a tener esa extraña premonición que le presagiaba que algo malo le habría de pasar y se le heló la sangre de solo pensar que quizás esas luces rojas lo conducían hacia la muerte.
Fue precisamente en ese instante que por una mala maniobra en una curva, su auto comenzó a deslizarse de costado bajo la lluvia hasta completar un primer trompo en el centro de la calzada. En la segunda vuelta le pareció que el final de su vida había llegado, pero en la tercera, apretó alternativamente los frenos y pudo dominar la máquina ya en el medio del campo.
Allí permaneció por largo tiempo reponiéndose del susto con su coche de espaldas a la ruta mirando el negro horizonte, donde a lo lejos, las dos luces rojas de una gran torre metálica parpadeaban en la lejanía, bajo el cielo ahora nuevamente estrellado.
Entonces, volvió a retornar a la ruta con su coche algo magullado y así continuó su camino, hasta que vio como la luna surgía sobre la inmensidad del mar, y mientras pensaba que por suerte a veces los presagios no se cumplen, veía como la espuma de las olas besaban una y otra vez la silueta de la playa, preparando su espíritu para disfrutar de sus ansiadas vacaciones.
Fue allí que tuvo el descuido fatal. Casi no tuvo tiempo de apretar los frenos de su coche que iba a 150 km por hora por la ruta, cuando advirtió las dos luces rojas traseras del enorme camión que circulaba delante a 80 km por hora, incrustándose en la parte posterior del mismo. 
 
 
Publicado Concurso de Relatos de viajes
Moleskin.España. Julio 2019.

Viejos recuerdos

Buscando un libro para leer en su biblioteca encontró en un cajón un grupo de cartas, fotos viejas y una llave, envueltas en un papel. La emoción lo embargó al momento de desenvolver el papel sobre la mesa, porque esa llave había sido su talismán durante su niñez, a la que muchas veces le había pedido que le dé suerte en aquella lejana etapa de su vida.
Al comenzar a leer las cartas y mirar las fotos, se fueron evaporando las capas de olvido que cubrían su mente, sumiéndolo en una profunda melancolía. Trató de ir desempolvando lentamente y con mucho cuidado esos recuerdos, pero en cada palabra que iba leyendo, por más suave que lo hiciera, le lastimaban de nostalgia el corazón, en medio de la soledad que lo rodeaba. 
Y es que al terminar de leer el recuerdo de la primera carta, apareció detrás una foto con la alegre imagen de su madre, dándome un beso en un día soleado. Luego una vieja historia que no quería recordar, pero que seguía leyendo anhelante del pasado. Y mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, apareció una foto con la sonrisa flotando en su cara de niño, corriendo con sus pantalones cortos a la esquina de su barrio para jugar con sus amigos. Y entonces, tomó la bicicleta y salió a pasear por aquellas calles de tierra, cantando, gritando y tratando de volar alegremente con alas de mariposa. 
Nunca supo cuánto tiempo pasó, pero al despabilarse con los dedos aferrados a esas cartas y a esa fotos, apretándolas con fuerza, comenzó con sus manos atolondradas a ordenarlas sobre la mesa, y luego las juntó una por una, y junto con la llave las envolvió nuevamente con el papel y las volvió a guardar en lo que para él sería desde ahora, el cajón de recuerdos de la biblioteca.
Pero de pronto apareció en su mente el recuerdo del rostro, joven, vivo y fresco de ella, como si aún estuviera allí, y pensó entonces guardarlo en ese cajón junto con los otros recuerdos, pero no pudo hacerlo porque la veía tan nítida y clara, que creía que podría tocarla y escuchar tu voz. Estaba tan cerca suyo, que le parecía que era ella que había vuelto, y que su mano acariciaba la suya y aunque luego su figura se fue esfumando de su mente, comprendió que no era un viejo recuerdo que podía guardarlo en ese cajón con los otros, porque aunque ella jamás regresara, su recuerdo estaría allí presente, viviendo con él para siempre.

 
 












Convocatoria de relatos. Taller Virtual III. 
Publicado en el libro: Una llave y otros papeles. 
Blog Beatriz Chiabrera de Marchisone
Crusellas, Santa Fe. Argentina. Mayo 2020
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