Tenía
previsto rendir el final de inglés técnico para marzo, pero en
diciembre me llamó un amigo que me dijo que el examen era una
traducción del libro y repasando algo “more or less” y con la
ayuda de un diccionario, aprobaríamos fácilmente. Sonreí, porque
él siempre empleaba esa pequeña muletilla del “más o menos”,
para salir del paso en algunos de sus parloteos en inglés.
Luego
de pensarlo bastante tiempo, finalmente decidí presentarme. Pero
lamentablemente llegué un poco tarde al examen y cuando entré al
aula la profesora pronunciaba pausadamente en inglés algo
ininteligible para mis escasos conocimientos del idioma, mientras
todos los alumnos estaban escribiendo en una hoja sobre el pupitre. Cuando
me senté en el banco al lado de mi amigo, con un gesto le indagué
que pasaba y me susurró con los ojos espantados: ¡Está dictando!
Nos miramos y repentinamente tomamos la única determinación
posible: huir despavoridos ante la mirada atónita de la profesora.
Años
después, ya recibidos de ingenieros, mi amigo y yo trabajábamos
juntos como consultores en proyectos de instalaciones de aire
acondicionado y nos invitaron a una presentación de unos nuevos
equipos importados. La reunión era en las oficinas de la firma
representante y la disertación la daría un especialista, que había
viajado expresamente de los Estados Unidos.
Éramos
en total unas quince personas sentadas alrededor de una enorme mesa.
A mi me ubicaron justamente en la cabecera, donde estaba el proyector
y a mi amigo en la parte trasera. Como
el traductor no había venido, el promotor de la firma que nos había
invitado y que era además el organizador del evento, nos dijo que no
nos preocupáramos, porque él mismo se encargaría de evacuar
cualquier duda que pudiera suscitarse con el idioma.
El
expositor hablaba muy rápido y en un inglés americano cerrado y yo,
por más que trataba de concentrarme, no entendía absolutamente nada
y presumo que tampoco el organizador del evento, por la cara de
pánico que tenía. El
americano era bastante simpático y yo me entretenía viendo los
gráficos y las figuras de los aparatos de aire acondicionado que
proyectaba en la pantalla. Como era el más cercano, casi siempre me
miraba para ver si estaba de acuerdo con lo que decía y yo
maquinalmente le mentía asintiendo con la cabeza. ¿Qué otra cosa
podía hacer?
Cuando
finalizó la disertación, sorpresivamente, comenzó a hablarme
directamente a mí que estaba sentado adelante, presumo que para
preguntarme mi opinión. Yo lo oía con terror, sin entender
absolutamente nada mientras él me hablaba con una sonrisa y cuando
terminó, después de lo que fue un siglo para mí, esperaba con
ansiedad mi respuesta.
Me
quedé en silencio, buscando desesperado con la vista al organizador
del evento para que me ayudara con el idioma, pero en ese momento
crítico se había escurrido misteriosamente. Estaba perdido y
sonrojado hasta la médula, sentí un sudor frío que recorrió mi
frente, y paralizado como si fuera una estatua, permanecí mudo sin
poder articular palabra.
Al
ver que yo no le contestaba, el especialista inquirió a los que
estaban ubicados detrás mío, algo que sonaba como: “¿Do you
understand me?”. Para mi sorpresa y la de él, ninguno de los
asistentes atinaba a responderle y un silencio aterrador nos envolvió
a todos. La realidad no podría ser otra: ¡Nadie había entendido
absolutamente nada!
De
pronto, surgiendo de la penumbra del final de la mesa, sentí la voz
de a mi amigo que con un tímido susurro, apenas perceptible, le
contestó: “more or less”, y en ese profundo silencio y con mi
espíritu atribulado, esa aseveración sonó como si fuera un grito
lastimero, pidiendo auxilio en el desierto.
Por
suerte, en ese mismo momento apareció el organizador del evento, con
una trouppe de mozos y esbeltas chicas, trayendo una picada
espectacular, con bastantes bebidas y demás enseres, que nos salvó
de esa difícil situación, ante la mirada asombrada del expositor.
Semifinalista
V
Concurso de Relatos.
Tema :La
vez que peor lo pasé.
Publicado
en
el libro:
Negros
Recuerdos.
La
Cesta de las Palabras. España. Enero 2013.