El poeta se encontraba escondido detrás de un inmenso arbusto, completamente inmóvil. Como si el tiempo se hubiera detenido, sus ojos estaban expectantes esperando pacientemente bajo la claridad de la luna el inicio del incendio de la mansión. Las llamas del gran toldo lo hipnotizaron al comenzar a aparecer por doquier, las que luego lograron alcanzar a la mansión en un maléfico frenesí.
Al llegar los bomberos, atacaron el fuego con sus escaleras y largas mangueras, semejando enormes corceles que exponiendo sus cuellos al enemigo libraban enfurecidos la batalla. Mientras observaba oculto el dantesco espectáculo, repentinamente el estallido de un trozo de mampostería impactó como un proyectil en su cabeza. Y ya no hubo más llamas, ni bomberos, ni corceles, envuelto en la nada y la oscuridad.
Cuando el poeta despertó en la madrugada tendido bajo el arbusto que lo ocultaba, la luna y el fuego ya habían desaparecido. El golpe le había provocado una amnesia tan profunda, que desde ese momento ya no supo quien era, ni quien fue. Completamente obnubilado, caminó y caminó sin rumbo, sumido en una completa incertidumbre. Las penumbras de la noche empezaron a disiparse e hicieron emerger el incipiente amanecer, cambiando la melodía del paisaje con el color que le otorgaba la luz.
Al llegar a un inmenso parque, entre las sombras que se iban perdiendo, emergió radiante el sol en el horizonte y comenzó a descorrerse por completo el velo de aquella larga y angustiante noche. Embargado por la belleza del todo, como por arte de magia su desesperación se disipó. El cielo azulado disputaba su belleza con el imponente manto del sol, que parecía sostenido por duendes dorados.
En ese parque pintado de diferentes tonalidades de verde, el poeta percibió en esa dulce frescura del amanecer el gorjeo de los pájaros y se deleitó con el aroma de las flores, envueltas en un maremágnum multicolor de mariposas. En esos momentos de su existencia, pudo gozar de la poesía de la vida, sumido en la belleza de la naturaleza.
Al principio no había nadie en el inmenso parque y no debió preocuparse por esconderse de miradas ajenas, pero a media mañana aparecieron los niños. Entonces se divirtió viéndolos jugar y luego se deleitó observando las esculturas y monumentos de numerosos artistas plásticos. Al caer la tarde se sentó en un banco de madera, en un espacio florido rodeado por verdes árboles. Bajo la sombra del frondoso ramaje, pretendía leer dentro de su mente y solo hallaba penumbras, mientras la brisa fresca de la primavera acariciaba suavemente sus mejillas.
―“¿Podré lograr develar de una vez por todas el secreto de mi existencia?” ―, pensaba desesperado. La vida del poeta estaba enmarcada entre dos mundos: el de la placentera realidad poética de ese atardecer, inmerso en la belleza de la naturaleza, y el indescifrable ayer, que estaba perdido en su conciencia.
De pronto, su mente se inundó de luz por un instante, y ahora, sentado en ese banco, al comenzar a recordar sumergido en ese mágico crepúsculo, sentía como que su soledad ya no era soledad. Lenta e inexorablemente fueron apareciendo en su mente las imágenes lozanas de su vida, como si recorriera el álbum de fotos de un inventario del pasado.
Y el amor lo sacudió de pronto, como deseando despertarlo de su letargo, cuando recordó la dulce imagen de una adolescente. Y por un minuto el poeta se sintió dichoso, meciéndose en esa brisa de primavera como si fuera una de las ramas de los floridos árboles del parque.
En aquellos momentos de su juventud, él era un muchacho apuesto que solo poseía humildad, un ardiente corazón y muchos versos en su alma. Ella era una chica muy hermosa que tenía alegría, ansiedad de aventura, dinero y el velero de su padre. Y fueron de puerto en puerto, de río en mar. Bebieron cerveza helada en las aguas tibias del río y cálido vino tinto en las frías aguas del mar. Se amaron como conejos acurrucados en la cabina, y como frenéticas gaviotas se revolcaron en la cubierta bajo los tibios rayos del sol.
Los ecos olvidados de su ayer iban ahora resurgiendo en su mente como un torrente. Con el tiempo, esa adolescente se convirtió en su esposa y luego se transformó en la aristocrática señora de la mansión que heredara de su padre. Pero ese amor pasional que embargara el corazón poético de su juventud, con el correr de los años se fue desgarrando con profundas y lacerantes heridas, envueltas en la riqueza y la falsa distinción.
Y de pronto, la recordó en aquella reunión en el jardín de la mansión donde vivían, hablando de banalidades acompañada de sus amigas. Eran mujeres estiradas, que trataban de darse vuelta en forma seductora sobre sus talles, con atrevidos y pomposos vestidos. Por todas partes estaban los mozos con el cuerpo echado hacia atrás, levantando con cuerdas un gigantesco toldo en lo alto. La gran dama deseaba dar su fiesta bajo un vergel sin sol, sin imaginar que luego iba a ser el combustible de aquel tremendo incendio.
Por un instante la cruda realidad martilleó impune su cerebro, que evidentemente trataba ahora de escapar de todo aquello. Hasta que llegó en esa fiesta el momento en que los sentimientos de su amor sospecharon infidelidad. Vivió una duda, o tal vez habría sido solo un falso rumor. Ese fue el comienzo más acerbo de su angustiante dolor.
Luego de aquella reunión la increpó con los ojos llenos de lágrimas, dando vueltas desesperado por el piso.
Y entonces, ella le confesó todo en un mar de palabras, que para él fue como una burla cruel del destino.
―“¿Podía ser posible eso?” ―, se preguntaba en aquel momento, mientras la miraba con rencor e iba a contestarle. Pero no pudo abrir la boca y el silencio lo absorbió. Iba a protestar, a acusarle, a gritarle. Las palabras no le salían y el resentimiento lo invadió por completo y entonces, no pudo mantenerse impávido y quedarse de brazos cruzados.
―“¿Qué se había hecho de toda aquella felicidad que tanto habían disfrutado?” ―, pensaba ahora muy apenado.
―“¿No será que mi conciencia ha buscado hacerme olvidar?” ― se preguntaba el poeta recordando todo aquello, sentado en ese banco del parque.
Porque ahora sabía muy bien quien era y quien fue, mientras intentaba olvidar sin poder lograrlo. Quería olvidar, pero su mente volaba hacia aquella mansión desolada en esa noche, cubierta con un halo siniestro de horror. Recordaba aquella imagen aterradora de su mujer. Sus gritos de dolor, su rostro sin vida y el charco de sangre sobre el piso. Porque fue él quien sin poder tolerar aquella infidelidad la mató y luego incendió la mansión para encubrir el asesinato.
― “Si ya no podía soportar esa insulsa vida signada en la ostentación. Si todo aquel mundo en que vivía ya no lo deseaba. ¿Que necesidad tuve de reaccionar así? ¿Por qué sencillamente no la dejé?” ― se preguntaba ahora desesperado.
― “Hubiera podido comenzar una nueva existencia, amando la naturaleza y el placer de vivir. La poesía en mi vida abría tenido una copa de agua fresca y ahora me moriré de sed ” ―, se reprochaba.
―“¡Que lindo sería poder quedarme en este mundo de hoy y truncar todo aquel pasado como si fuera un mal sueño!” ―, pensaba.
Pero sabía que la realidad no se puede cambiar y solo le restaba esperar. Y fue así que al poco tiempo, dos fornidos uniformados se acercaron y le pidieron que se identifique y se ponga de pie. Con sus fuertes manos, apretando su nuca, ya no devolverían a su presa.
Las primeras sombras del anochecer los fueron acompañando en el parque hacia la comisaría. Y al ver el sol en el crepúsculo, feneciendo en amoroso rito bajo el fulgor de un majestuoso manto rojizo en ese horizonte distante e ilimitado, el poeta percibió claramente como en su agónico descenso, el sol iba partiendo junto a él. Y cuando el último rayo se fue apagando, la oscuridad ganó a su alma y también a aquel otro mundo de poesía, que poco a poco se fue extinguiendo entre las sombras.
―“¡Como quisiera renacer nuevamente mañana con el sol, sin saber quien soy, ni quien fui, desde las iracundas llamas de aquella oscura noche de mi ayer!” ―, pensaba , mientras caminaba acompañado por los policías, en ese cortejo fúnebre de retorno de su vida al triste mundo de la realidad.
Mención de honor 79 Concurso de Narrativa. Camino de palabras.
Instituto Cultural Latinoamericano. Junín. Buenos Aires. Argentina. Diciembre 2022.
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