Aquella tarde
había recibido del supermercado dos canastillas con una serie de
artículos y productos de verdulería que había ganado en el sorteo
mensual. Después de guardar el pollo, la botella de
champagne y un sabroso postre de chocolate en la heladera, aunque
nunca había invitado a nadie a cenar a mi departamento, pensé que
justamente era el momento
ideal para hacerlo.
Si bien tenía
un taller de literatura, siempre fui un escritor sin muchas luces y
en mi vida solitaria y taciturna, solía consumir hamburguesas,
ensaladas o tartas elaboradas, que comía frente al televisor antes
de acostarme. Pero aquella tarde, después de recibir por sorpresa
esos alimentos, sumado a la grata noticia que había recibido por la
mañana, todo era diferente. Entonces, decidí invitar a cenar a
la mejor alumna de mi taller.
Revisé las
recetas especiales que tenía anotadas y elegí para cocinar una de
pollo al horno aderezado con especias, acompañado con papas y
verduras, que alguna vez había cocinado y que me había quedado muy
bien. No quería sorpresas de última hora y por ello me puse a
prepararlo pacientemente y con mucho esmero. Finalmente cuando al
caer la tarde todo el conjunto estuvo listo para hornear, me fui a
bañar, pensando luego ponerlo a cocinar a la noche con el tiempo
adecuado.
Cuando
ella vino por primera vez a mi taller literario me produjo una
impresión muy desagradable, porque era fea, regordeta y tímida, con
una mirada huidiza y un tono de voz excesivamente bajo. Sin embargo,
desde que comenzó el curso, ella fue adquiriendo gradualmente una
capacidad literaria admirable y sus cuentos crecieron en audacia y se fueron haciendo verdaderamente excepcionales.
Con
el pasar
del tiempo fuimos intimando y nos quedábamos después de las clases
charlando entretenidos durante horas. De ese modo, aquella impresión
inicial se fue convirtiendo en una gran admiración. Por fin, en mi
vida solitaria yo había encontrado a alguien, con quien mantener un
diálogo literario rico e interesante. De todas formas, ya desde un
principio nada en ella me atraía en lo físico, salvo ese don
literario que poseía en su interior, que era lo que realmente me
apasionaba.
Sin
embargo, ella no le daba importancia a sus escritos, ni tenía
intención de publicarlos para hacerlos conocer al mundo. Por más
que yo le insistía que los presentara en concursos literarios, ella
se negaba sistemáticamente. No deseaba figurar en ninguna parte,
porque para ella la escritura solo constituía un medio de desahogo
de su vida interior. De esa manera, y como estaban dadas las cosas,
su arte hubiera quedado en el anonimato para siempre.
Fue
así que un día tuve una corazonada y le propuse inocentemente que
me permitiera presentarme con sus cuentos en los concursos, como
forma de constatar lo que opinaban los jurados sobre su calidad
literaria. Como ella aceptó algo temerosa, entonces, con la
intención de ir mejorando nuestra relación afectiva, en cada beso
de despedida me acercaba un poco más efusivamente a su boca.
La
realidad me dio la razón sobre la excelencia de sus cuentos, de modo
que comencé a ganar varios certámenes literarios y cuando le
transmitía la buena noticia, ella se ponía muy alegre. Pero no le
daba ninguna trascendencia, ni le importaba para nada que fuera yo a
los actos de premiación y que también recibiera el monto de los
premios. Ella decía que ese dinero no lo necesitaba y hacía que me
quedara con todos los diplomas y medallas, como recuerdo de nuestra
amistad.
Hasta
que
finalmente, después de obtener un premio muy importante, una afamada
editorial me llamó para publicar un libro de cuentos, con una
selección de todas esas obras premiadas. Me habían citado
justamente para el día siguiente, con la intención de firmar un contrato que
era realmente muy interesante y por ello, luego haber recibido por la
tarde el premio del sorteo del supermercado, la había llamado para
darle la noticia, e invitarla por la noche a cenar a mi departamento
a fin de celebrar ese grato acontecimiento, y que ella había
aceptado muy gustosa.
Para
mi sorpresa, esa noche ella llegó a la cita con un vestido muy
escotado y ceñido al cuerpo, con la espalda descubierta y un
pronunciado tajo en su falda. Entonces, me di cuenta a través de
sus gestos, sus palabras, la entonación de su voz y la fragancia que
emanaba del perfume en su pelo, que era ella quien se proponía
seducirme.
Con
la mesa ya preparada, cenamos el pollo al horno con papas que me
había quedado exquisito, y luego, mientras tomamos la botella de
champaña, endulzamos nuestros paladares con el postre de chocolate.
Y así, paulatinamente fue naciendo la pasión con besos y caricias,
hasta que sucedió aquello que inevitablemente tenía que suceder.
Ya
en la madrugada, desnudos sobre las sábanas revueltas de la cama y
mucho más calmados, ella me comentó de su desasosiego
y la inestabilidad emocional que tenía antes de conocerme en el
taller literario. Me contó que a
partir de sus primeras conversaciones se había enamorado
perdidamente de mi, en forma tan fogosa y sorprendente, que le cambió
el sentido a su vida. Eso era lo que la hacía descargar toda esa
pasión en su obra literaria.
Me
confesó que esa noche estuvo plena de sensaciones femeninas al
sentirse atractiva por primera vez en su vida y poder así disfrutar
de su capacidad de seducción. Entonces, la besé con ardor y le juré
amor eterno, sin dejar de pensar en el monto del suculento contrato
que firmaría dentro de unas pocas horas.
A
partir de ese momento comenzó todo este último período exitoso en
mi vida de escritor que he estado compartiendo en pareja con ella.
Obviamente, yo nunca le confesé que realmente ella no me atraía y
el suplicio que me resultaba fingir estar enamorado y satisfacer
sexualmente su permanente y constante excitación interior, que
provocaba en ella nuevas y prodigiosas creaciones literarias.
Convocatorias de Relatos Taller
Virtual VII.
Publicado en el libro Aroma, sabores y colores.
Crusellas,
Santa Fe. Argentina. Septiembre
2020.
Este cuento es formidable,soy muy selectivo en este género;pero este, ya forma parte de los que son para mí inolvidables.
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