Era un hombre todavía joven,
alto y delgado, que tenía un carácter tímido y muy retraído.
Siempre estaba serio y en raros casos se reía y era tan introvertido
que a veces ni siquiera contestaba y permanecía callado como una
piedra. Había permanecido aferrado a ese pequeño pueblo campesino
desde que nació porque tenía cierta aprensión a partir. Ya desde
su juventud, lentamente la pobreza todo lo había invadido y no
pasaba un día que alguien decidiera marcharse.
Su único amigo de la infancia
hacía ya algunos años que había decidido irse en busca de nuevos
horizontes y él se quedó en ese pueblo, porque en aquel entonces
había muerto su padre y alguien debería cuidar a su madre. Así,
como los otros, su amigo tomó el tren que era el único medio de
transporte que disponían en el lugar, prometiendo regresar algún
día. Pero nunca lo haría y ni siquiera las cartas recordaron el
camino de vuelta.
En ese
entorno de miseria en que vivía en el pueblo, como al poco tiempo
falleció su madre no tenía posibilidades de evitar su soledad y ya
no tenía excusa para irse, porque incluso jamás encontraría una
mujer que lo acompañara en la vida, sencillamente porque allí no
había ninguna que pudiera satisfacerle. Pero todo cambió cuando
conoció el amor de aquella niña que repentinamente se había
transformado en una hermosa mujer de grandes ojos verdes y encontró
la
pasión en aquellos encuentros en el campo, donde bajo el sol de
primavera besaba sus labios carnosos y contemplándola
silenciosamente, acariciaba aquellos rizados cabellos castaños como
preludio de un éxtasis ya próximo.
Esos
encuentros amorosos duraron solo un tiempo, un soplo de un período
lleno de felicidad, que tuvieron un abrupto final cuando ella se
marchó acompañando a su madre a internarse en un Hospital de la
Capital. Pero él decidió seguir atado firmemente a ese pueblo y no
tuvo el valor de acompañarla en aquel viaje como ella tanto le había
rogado, pensando que retornaría una vez que la madre se
restableciera.
El tiempo
pasó y ella nunca volvió. Esperó alguna carta, pero jamás llegó
ninguna y el dolor fue erosionando su mente hasta formar parte de su
ser. Un
día llegó una carta de la Capital y a él le
dio un vuelco el corazón porque pensó que era de ella, pero era de
su amigo de la infancia. Permaneció un instante mirando la carta sin
atreverse a rasgar el sobre con cierto temor por la noticia que
contendría.
Sin embargo cuando la abrió
eran buenas nuevas. Su amigo lo invitaba a una Iglesia de la Capital
donde se celebraría su casamiento con una chica de ese pueblo que
ambos conocían cuando era niña y junto con la invitación le
mandaba una foto. Al ver esa imagen donde la chica estaba abrazada a
su amigo, lo encandilaron aquellos ojos verdes, acompañado de su
amplia sonrisa, porque la novia no era otra que aquella de los
cabellos castaños rizados.
Se quedó
allí paralizado mirando la foto durante un largo tiempo. Ella estaba
tan hermosa y cuanto más la observaba, más se le estrujaba el
corazón, pensando que su amigo al haberle mandado esa foto debería
desconocer aquella relación pasional que tuvo con ella. Durante
unos días sufrió un estado de abatimiento y de depresión como
nunca había tenido. Pero como deseaba volver a verla, aunque solo
fuera por unos instantes, finalmente, decidió
por fin sobreponerse a esos escrúpulos que siempre tuvo para viajar
y decidió concurrir a la celebración del casamiento.
El azar quiso que debiera
viajar en el último tren en servicio que partía de la estación,
porque la Compañía ferroviaria recientemente privatizada, había
decidido levantar el ramal debido al escaso tráfico de pasajeros y
carga de ese pueblo, que no lo hacía para nada rentable. Ese último
tren regresaría al pueblo al día siguiente y luego la nada.
―“¿Y
si no vuelvo en ese tren?” ―, se preguntaba atemorizado. La
situación se complicaría porque debería viajar en autobús al
pueblo más cercano y allí conseguir que algún automóvil de
alquiler se atreviese a llevarlo a su pequeño pueblo por esos
caminos de tierra, que eran prácticamente intransitables y
completamente inaccesibles en caso de lluvia.
Subió
al vagón y se ubicó acomodándose junto a la ventanilla. Luego de
partir, el
viejo tren traqueteaba sin
cesar circulando por esas vías casi sin mantenimiento desde hacía
muchos años, y para él que nunca había viajado en su vida, era una
experiencia nueva. El traje, la camisa y la corbata que llevaba
estaban casi sin estrenar y eran de su finado padre y los zapatos los
había tenido guardados desde hacía bastante tiempo y ahora le
quedaban algo ajustados.
Mientras miraba por la
ventanilla, movía instintivamente su mano de cuando en cuando, hacia
el bolsillo interno de su saco donde estaba la carta con la
invitación de su amigo. El paisaje estaba rodeado de nostalgia,
mientras veía como los campos que tanto él conocía iban
desapareciendo y aparecían otros campos, otras casas, otras gentes y
otros pueblos. Pensaba que su amigo debió sentir dolor cuando se
marchó en su juventud al encontrarse indefenso ante el incierto
futuro.
A llegar a la estación de la
Capital había una muchedumbre amontonada en los andenes y buscó la
salida, entre un tropel de gente que iban y venían como potros
enfurecidos alzando sus cabezas al aire. Mientras los altavoces lo
aturdían anunciando la salida de otros trenes, prácticamente
arrastrado en medio de ese caos, llegó hasta la parada de taxis.
Bastante sofocado, le dio la dirección al chófer, que asintió
mirándolo entre curioso y divertido. Al anochecer llegaron a la
Iglesia que era bastante pintoresca y estaba ubicada en una calle
empedrada frente a un inmenso parque, rodeado de una brisa con olor a
eucaliptos.
La ceremonia ya había
comenzado y se instaló en un banco de un rincón apartado,
observando como el cura les confería a la pareja el sagrado
sacramento del matrimonio, el juramento de fidelidad, la entrega de
los anillos y el beso de los novios. De pronto, se sintió
completamente solo en esa Iglesia, e invadido por una angustia
infinita, tuvo unas inmensas ganas de llorar y sin poderse contener,
las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
Cuando
concluyó la ceremonia, los novios salieron lentamente tomados de la
mano y fueron al patio a saludar a los invitados y al ir allí, los
divisó eufóricos y rodeados de gente. Cuando se acercó expectante,
su amigo lo reconoció de inmediato cuando lo vio y se abrazaron
como si en ese abrazo fraternal trataran de recuperar todo el tiempo
que estuvieron separados.
Cuando
la novia hizo su aparición a sus espaldas, su amigo mirándola
tiernamente se lo presentó diciéndole si se acordaba de él y
entonces cuando giró su cuerpo, lo encandilaron aquellos enormes
ojos verdes, con su sonrisa amplia y su pelo rizado castaño. Se
quedó mudo observándola embelesado y fue ella la que adelantándose
le dio un beso, diciéndole que se alegraba de verlo. Estaba tan
hermosa con ese vestido de novia, que con el alma dolida se le
paralizó el corazón.
En aquel momento comprendió
la condena que debía cumplir por no haber tomado la determinación
de partir con ella. Que siempre estaría atado a aquellas casas que
se caían a pedazos, a aquellas calles solitarias y a esos campos que
no daban ya para vivir. Que debería subsistir en ese pueblo de
viejos que estaba a punto de quedar incomunicado con el mundo, donde
la vida y el amor se irían marchitando sin esperanzas.
De pronto,
se sobresaltó en sus pensamientos cuando oyó que su amigo lo estaba
invitando con una sonrisa, entregándole una tarjeta para concurrir a
la fiesta en un salón cercano. Cuando
los novios se retiraron y todo terminó, salió de la Iglesia frente
a ese enorme parque con su mente
perdida en la incertidumbre de su vida. Pero de ninguna manera
concurriría a esa fiesta, porque había decidido huir de allí y
regresaría en el último tren que partiría hacia su pueblo a la
mañana siguiente.
Y entonces, se dirigió
caminando lentamente en la noche hasta la estación por las calles de
la Ciudad, preguntando y preguntando, hasta que descansando en un
banco de una plaza percibió a lo lejos unas negras nubes que
relampagueaban ante sus ojos. Así fue que apurando el paso, llegó
finalmente a la estación cuando caían las primeras gotas de agua de
lluvia.
Esperó
dormitando en un banco de la estación y por la mañana subió al
último tren que lo llevaría de regreso. Cuando
ese tren arribó en el atardecer a la estación de su pueblo había
quedado solo en el vagón. En el andén unas pocas personas estaban
reunidas para protestar por ese acontecimiento, que los dejaría
librados a su suerte y aislados del mundo. La estación desde ahora
sería como alguna de esas casas abandonadas, donde ya solo el olvido
penetraría en ese andén vacío.
Permanecían
de pie viendo entrar a ese tren que arrastraba un solo vagón. Cuando
el tren se detuvo y lo vieron descender como el último pasajero que
había viajado, quedaron sorprendidos, porque hacía
muchísimo tiempo que no ocurría que alguien retornara al pueblo tan
rápidamente. Respondió a los saludos, afirmando que todo había ido
bien en la Capital, que se había divertido en la fiesta de
casamiento y luego les dijo que estaba agotado y que prefería ir a
descansar a su casa.
Esa soledad, a la cual en
parte su mente la buscó con cobardía, esa soledad perdía ahora
todo equívoco e iba alcanzar su punto extremo. La fría oscuridad
del dormitorio lo oprimía y la incitación de eliminar esa angustia
que martirizaba su espíritu se acrecentaba cada vez más y más,
hasta que finalmente tomó una decisión terminal e irreversible.
Sentado en la cama, el espejo de la cómoda fue reflejando el brillo
del arma en el lento movimiento de ascenso de su mano, el lento apoyo
del arma en su sien... y al fin, resueltamente, apretó el gatillo.
No sintió dolor, ni hubo
tiempo para eso, un suspiro con una leve exclamación fueron
suficiente. Fue así como la providencia haría que el destino del
último tren y del último pasajero de ese pueblo se unificara en un
triste final. Y en esa habitación en penumbras, lo mismo que en el
andén de aquella vieja estación de tren, quedaban tan solo el frío,
la soledad y el silencio.
Premiado
Categoría
Relatos de viajes.
XV Concurso de Relatos de
Viaje y Desarrollo Sostenible .
Publicado en el libro: ¡París!
¡París!¡París!
Moleskin. España. Agosto
2020.
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