Mientras leía la primera parte del relato “los nombres” del genial Fontanarrosa, los recuerdos me invadieron. Trata de como suenan las palabras cuando los relatores de fútbol transmiten los partidos, con el micrófono casi pegado a la boca. En esos casos, tienen mucho valor los nombres de los jugadores, y pone de ejemplo al legendario arquero Marrapodi, porque su entonación les permitían reventar las venas del cuello.
― ¡Volóoo Marrapodi y atrapó la pelota! ― , gritaban hace tiempo con la garganta afiebrada, medio arrastrando entre los dientes y la lengua la doble erre.
Fue allí, que en mi mente apareció de pronto el rostro de mi querido padre, que en mi niñez me llevaba a ver a Ferrocarril Oeste en la cancha del barrio de Caballito en Buenos Aires.
Mi viejo trabajaba de yesero por su cuenta con uno o dos ayudantes, tenía un pequeño conjunto de andamios y herramientas que guardaba en el fondo de casa, y cuando le preguntaban a que se dedicaba, siempre contestaba con orgullo que era un "empresario yesero" . Fumaba permanentemente en una pipa que lo acompañaba durante años. Estaba bastante deteriorada porque le gustaba usarla mientras trabajaba y en algunos puntos interiores estaba sellada directamente con yeso.
El afirmaba que esa pipa estaba encantada y era milagrosa, porque lo protegía. Le tenía muchísimo aprecio y lo acompañaba siempre a todas partes incluso a las canchas de fútbol. Explicaba que le había salvado la vida. En una oportunidad mientras completaba la moldura colgante de un cielorraso armado en unos de los laterales de hall, del hoy ya cerrado cine Metro en el centro de Buenos Aires, notó que la pipa estaba tapada y se bajó del andamio para limpiarla en el local aledaño . Fue allí, cuando de pronto escuchó un estampido infernal y quedó envuelto en una nube de polvo. Se había derrumbado súbitamente todo el cielorraso, donde había estado trabajando hacía solo unos instantes.
Y como en una postal en el recuerdo, me vi de niño sentado a su lado en la vieja tribuna lateral de madera de Ferro que daban a las vías del ferrocarril. Era un partido importante a mediados del siglo pasado con Boca. Allí estaba Roque Marrapodi en el arco de Ferro con su porte esbelto y señorial y enfrente estaban Natalio Peccia, Herminio González, Campana, Bussico, el Charro Moreno y otros jugadores de bastante renombre en ese tiempo.
Estaba por concluir el partido empatado en un gol y en un pase magistral del pelado Pescia, Campana se cortó solo por la derecha perseguida por los defensores de Ferro. Marrapodi se quedó cubriendo el palo esperando el inminente fusilamiento. Pero no… El delantero muy hábilmente no remató sino que se frenó de golpe, haciendo pasar de largo a los defensores y tiró un centro servido a media altura hacia el otro palo, donde Bussico cabeceó en una palomita espectacular para introducir la pelota en el arco .
En ese momento, y como un relámpago, apareció el monumental Marrapodi volando de palo a palo como si fuera un pájaro. Había salido disparado en su lanzamiento hacia donde iba ido la pelota. Y así, suspendido en el aire con sus manos como tenazas, la atrapó magistralmente. Muy distinto de lo que es muy común en los arqueros de ahora, donde siempre buscan rechazar la pelota hacia afuera con un manotazo.
Primero se produjo un silencio profundo en toda la cancha. Luego un murmullo de asombro empezó a surgir de la gente y después un aplauso generalizado. ¿Visitantes, locales? Todos los hinchas, fanáticos o no fanáticos quedaron obnubilados. En ese entonces, no había ni cámara de noticiero, ni repetición. Todos trataron de atesorar en la retina el recuerdo de esa sensacional jugada. ¿Quién dijo que el fútbol no es arte?
Tal vez sea por eso, que al extender los brazos en un brusco movimiento de sorpresa, la pipa se desprendió de las manos de mi padre como una exhalación, y sin tiempo para recuperarla. Cayó a través de los tablones de madera y desapareció misteriosamente en el pasto bastante elevado que había debajo de la tribuna.
Yo inmediatamente intenté bajar a buscarla entre la gente que nos rodeaban, pero mi padre me contuvo.
― ¡No te preocupes! La recuperaremos cuando termine el partido , total ya falta poco ―, me dijo.
Finalizado el partido luego del empate esperamos que se retiren los aficionados y fuimos a buscar los dichosa pipa, pero por más que recorrimos la zona de su caída y revolvimos el pasto, no la pudimos encontrar.
La pìpa había desaparecido en forma increíble, como por un encanto. Yo sabia que mi viejo quería muchísimo esa pipa, y por eso me empeñaba en buscarla. Pero después de un rato, mi padre que admiraba mucho a Ferro, me pasó los brazos por lo hombros, como forma de disipar mi impaciencia.
― No importa. No la busquemos más, ¿No será que la pipa quiere quedarse acá? Dejémosla para que ahora proteja a Ferro ―, me dijo con una sonrisa de felicidad que rodeaba su rostro. Un tiempo después en ese lugar se construyó una platea de cemento con visera, y seguramente quedó enterrada al realizar las obras.
Y fue así. Ayer, hoy o mañana, intereses espurios del carnaval de este mundo globalizado, han buscado, buscan y buscarán construir en ese magnifico y costoso precio, ubicado en el centro geográfico de Buenos Aires, un Shopping Center, un Supermercado o cualquier otro emprendimiento rentable similar.
Pero no hay que preocuparse. Allí por siempre aquella pipa mágica de mi padre, enterrada bajo el cemento, protegerá a ese club centenario para que las generaciones futuras puedan disfrutar del arte del fútbol, con jugadas magistrales y maravillosas atajadas.
Hoy, después de tanto tiempo, estos recuerdos me producen muchas nostalgias, porque mi padre, como mi niñez, ya se han ido, como se van las noches con sus sueños.
Que recuerdos Néstor!!! Fuimos muy felices!
ResponderEliminarHermoso recuerdo, Nestor!! Un abrazo al cielo para tu papá y mi afecto de siempre a vos!!
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