Había una vez un joven español que
en el siglo XVIII quería adquirir conocimientos para ser mercader, y
para ello se enroló como grumete en la tripulación de una nave que
se dedicaba al transporte de mercaderías. Lo que no sabía el
muchacho era que en realidad se había embarcado en un barco pirata.
Hizo ese descubrimiento por casualidad, cuando un día escuchó sin
que se dieran cuenta al capitán del barco hablar con unos
tripulantes mostrándoles
un mapa.
— Tenemos que recuperar el cofre con
el tesoro que robamos al galeón español y escondimos en una cueva
inexplorada de esta pequeña isla de los murciélagos —,
decía el capitán, mientras marcaba en el plano de la isla, el lugar
exacto donde se encontraba la cueva.
El joven sintió indignación y rabia
al enterarse de que estaba navegando en un falso barco mercante y que
ellos habían robado a ese galeón,
hecho que por otra parte, se había comentado mucho en el pueblo
donde vivía. Entonces se ocultó mejor para que no lo vean y después
de escucharlos durante un largo rato hablar sobre el tema, se le
ocurrió un plan para rescatar ese cofre.
Unos días después avistaron la isla
de los murciélagos y el joven que había buscado ganarse la
confianza de la tripulación,
se ofreció a acercarse con el bote hasta la isla, para comprobar si
podían entrar sin ser detectados, dado que normalmente se efectuaban
patrullajes de control, porque solían concurrir generalmente allí
numerosos pescadores, que se disputaban la abundante pesca del lugar.
Como ni el capitán ni los demás secuaces sospecharon nada lo
dejaron ir remando hacia allí.
Cuando llegó a la playa, el muchacho
se internó en la vegetación y luego de cazar a uno de los tantos
murciélagos que habían en la isla, comenzó a preparar la escena
tiñéndose
la cara y los brazos de color morado, y después fue corriendo hacia
la playa.
— ¡No conviene que desembarquen!
La isla está deshabitada y hay carteles de peligro, porque fue
invadida por un virus maligno muy contagioso y muchos murciélagos
han muertos —, les gritó con
toda la fuerza de sus pulmones, agitando con las manos el murciélago
y tosiendo a más no poder.
El vigía al verlo desde lo alto del palo mayor, dio
la voz de alerta:
— ¡En la isla hay un virus maligno
transmitido
por los murciélagos y el grumete que parece que tiene fiebre y está
tosiendo como loco, nos está advirtiendo de que es peligroso que
desembarquemos.
— ¡Huyamos y abandonemos a ese
muchacho allí, porque es seguro que si vuelve al barco, nos contagia
a todos!, — dijo
el capitán pirata.
— ¿Pero y si se salva y nos
delata?—, preguntó
tímidamente
uno de sus secuaces.
— No te preocupes que no sabe nada
¡Vayámonos
de aquí y volveremos cuando cese la emergencia y no haya peligro
con ese virus! —,
le respondió el capitán pirata con firmeza.
Fue así que los asustados tripulantes
del barco pirata, izaron las velas y se marcharon internándose
en el mar, sin sospechar absolutamente nada.
Cuando el joven perdió de vista al
barco, se dirigió a la cueva donde se encontraba el cofre con el
tesoro y luego de espantar a algunos murciélagos que revoloteaban
sobre el mismo, lo trasladó hacia donde se encontraba el bote. Luego
de cargarlo, empezó a remar buscando ayuda de alguno de los barcos
de pescadores que navegaban por las cercanías del lugar, hasta que
después de algunas horas, ante su sorpresa, apareció para
rescatarlo nada menos que una nave de la Armada Real Española.
Cuando el joven le contó al capitán
del barco todo lo ocurrido, éste quedó admirado por el coraje del
muchacho y diciendo que le devolverían el cofre a sus dueños
legítimos, le ofreció
un puesto de marinero. Fue así, que el joven que había pretendido
en un principio ser un buen comerciante, cambió de idea, porque le
gustó mucho esa proposición y la aceptó con alegría.
— Esta será tu primera misión en
la Armada—, le dijo
sonriendo el capitán del barco, dándole la bienvenida a su
participación en la persecución del falso barco mercante, la que
finalmente terminó en forma exitosa, con la captura del capitán
pirata y de todos sus secuaces.
Dicen que con el transcurso del
tiempo, aquel joven y valiente marino llegó a ser designado como
capitán de uno de los más importantes barcos de la Armada Real
Española.
Y colorín colorado este cuento ha
terminado.
Moraleja:
Tengan en cuenta que hasta los piratas le tienen miedo a los
contagiosos virus. ¡Por favor niños, cuídense!
Convocatorias de Relatos
Niños. Taller Virtual
VI.
Pubicado en el libro: De tesoros y piratas.