Estaba
cansado del rutinario trabajo en su oficina del centro de la Ciudad y después
de un triste desengaño amoroso, pensó que era un buen momento para tomarse unos
días de vacaciones en alguna playa frente al mar, que podrían ser la mejor manera
para reconfortar su ánimo decaído.
Recorriendo las costas con su automóvil, encontró al azar un espacio natural sobre el mar, rodeado de hermosos jardines y colinas. Entonces, decidió pasar allí sus vacaciones y se alojó en un pintoresco hotel, donde desde la ventana de su habitación podía divisar las hermosas playas y la inmensidad del mar.
Fue en esa misma tarde, cuando en la blanca arena, bajo aquella sonrisa provocadora y la mirada luminosa de unos enormes ojos verdes, surgió espontáneamente el milagro de un romance maravilloso e impensado. Pudo percibir claramente como hervía su sangre cuando el sol iba cayendo en el ocaso, mientras la besaba y acariciaba aquellos rubios cabellos, intuyendo el preludio de un éxtasis ya próximo.
Y en aquella noche rodeada de pasión en su habitación del hotel, sus cuerpos eran como olas impulsadas por el viento, que iban aumentando progresivamente en intensidad y rompían tumultuosas, emitiendo salvajes gemidos en un frenético ir y venir.
Pero la felicidad de ese primer día de vacaciones terminó abruptamente esa madrugada, cuando ella le dijo que se tenia que ir al departamento que había alquilado, dado que por la mañana llegaban su marido con los chicos.
Recorriendo las costas con su automóvil, encontró al azar un espacio natural sobre el mar, rodeado de hermosos jardines y colinas. Entonces, decidió pasar allí sus vacaciones y se alojó en un pintoresco hotel, donde desde la ventana de su habitación podía divisar las hermosas playas y la inmensidad del mar.
Fue en esa misma tarde, cuando en la blanca arena, bajo aquella sonrisa provocadora y la mirada luminosa de unos enormes ojos verdes, surgió espontáneamente el milagro de un romance maravilloso e impensado. Pudo percibir claramente como hervía su sangre cuando el sol iba cayendo en el ocaso, mientras la besaba y acariciaba aquellos rubios cabellos, intuyendo el preludio de un éxtasis ya próximo.
Y en aquella noche rodeada de pasión en su habitación del hotel, sus cuerpos eran como olas impulsadas por el viento, que iban aumentando progresivamente en intensidad y rompían tumultuosas, emitiendo salvajes gemidos en un frenético ir y venir.
Pero la felicidad de ese primer día de vacaciones terminó abruptamente esa madrugada, cuando ella le dijo que se tenia que ir al departamento que había alquilado, dado que por la mañana llegaban su marido con los chicos.
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