Entre los bombos y pancartas ubicados tras unas duras y finas vallas
de contención, era uno más de los participantes que en el acto de ese atardecer
soñaban con la libertad de su pueblo. Estaba en la voz de cada reproche,
en la pasión de cada reclamo y en el grito de cada protesta. De pronto, la
policía militar al ver que algunos manifestantes intentaban violentar las
vallas, decidieron avanzar esparciendo gases lacrimógenos. Luego, con armas en
mano no dudaron en tirar a matar, reprimiendo con violencia asesina. Al ser
perseguido, una bala perdida lo alcanza y corre y corre para escapar, hasta que
exhausto y agonizante cae sobre los adoquines de granito en una calle
abandonada y desierta.
Tirado en el suelo, ve brotar su sangre y comienza a sentir dolor. Observa como el sol se va poniendo en el cielo y se torna rojizo como su sangre. Le llama la atención la figura dibujadas por unas nubes blancas, que le parecen como si fueran manos extendidas pidiendo libertad. Mira el empedrado teñido de rojo, pero ya no siente dolor. Poco a poco, puede ver como el sol en el ocaso se va desvaneciendo tras un horizonte lejano e inalcanzable, como lo son ahora aquellos sueños de lograr que su pueblo viva en democracia. Ellos, igual que el sol, se van sumiendo entre esas sombras y van alejándose más y más, como si fueran hojas marchitas arrastradas por el azar del viento.
Cuando finalmente el sol cae en su agónico descenso, su tenue luz se va apagando lentamente. Entonces, la oscuridad gana la calle desolada y también a su vida sin esperanza, que aún respirando y aún palpitando, se va extinguiendo entre las sombras. Y es ya en la noche cuando finalmente su alma emerge hacia el cielo, mientras su cuerpo queda tendido sobre los adoquines de granito, empapados de sangre y silencio.
Tirado en el suelo, ve brotar su sangre y comienza a sentir dolor. Observa como el sol se va poniendo en el cielo y se torna rojizo como su sangre. Le llama la atención la figura dibujadas por unas nubes blancas, que le parecen como si fueran manos extendidas pidiendo libertad. Mira el empedrado teñido de rojo, pero ya no siente dolor. Poco a poco, puede ver como el sol en el ocaso se va desvaneciendo tras un horizonte lejano e inalcanzable, como lo son ahora aquellos sueños de lograr que su pueblo viva en democracia. Ellos, igual que el sol, se van sumiendo entre esas sombras y van alejándose más y más, como si fueran hojas marchitas arrastradas por el azar del viento.
Cuando finalmente el sol cae en su agónico descenso, su tenue luz se va apagando lentamente. Entonces, la oscuridad gana la calle desolada y también a su vida sin esperanza, que aún respirando y aún palpitando, se va extinguiendo entre las sombras. Y es ya en la noche cuando finalmente su alma emerge hacia el cielo, mientras su cuerpo queda tendido sobre los adoquines de granito, empapados de sangre y silencio.
Pero esos sueños que se apagaron en la noche tienen un futuro y
aguardan por un nuevo mañana. Y en esa trama de lucha y tiempo, surgirá otra
vez la aurora y bajo la luz del sol naciente, habrán nuevos soñadores luchando
contra esos dictadores que balean y desangran. Y esos gritos serán aún más
enfervorizados y los perseguirán como lanzas, sacando chispas de gloria de
aquellos adoquines de granito, que unos sueños de libertad tiñeron de sangre aquella noche.
Seleccionado Concurso Literario relatos cortos. Sueños.
Incluido en el libro antología Sueños.
Asociación Letras con Arte. España. Enero 2017.
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